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El perdón es un acto complejo que involucra tanto nuestras emociones como nuestro intelecto. Es común que cuando sufrimos una ofensa, quedemos atrapados en el dolor y la ira, sin poder avanzar hacia la sanación y reconciliación. Perdonar de corazón es un gran reto, y para lograrlo, primero debemos perdonar con la cabeza.

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Esto implica comprender y analizar la ofensa con la razón, y tomar la decisión consciente de perdonar.
No sanar nuestras heridas puede tener graves consecuencias, ya que nos limita y nos hace reaccionar de forma desproporcionada y violenta, incluso llegando a sorprendernos a nosotros mismos.

Una persona herida, hiere a los demás. Y cuando oculta su corazón detrás de una coraza, puede parecer dura, inaccesible e intratable. En realidad, solo necesita defenderse. Su dureza es una máscara que oculta su inseguridad y el tormento de sus malas experiencias.

La oración juega un papel crucial para descubrir y sanar esas heridas. A través de la oración, nos conectamos con Dios y encontramos la paz mental y emocional necesaria para ver la situación con mayor claridad y compasión, lo que nos ayuda a perdonar.

¿Qué significa perdonar con la cabeza?

Implica comprender con la mente el proceso del perdón, analizar la ofensa con realismo, y tomar la decisión consciente de perdonar. Es como si nuestra mente fuera un campo de batalla donde la razón y la emoción luchan por el control. La razón, iluminada por la fe y la oración, nos ayuda a desactivar la «bomba» del resentimiento y a dar los primeros pasos hacia la paz interior.

La parábola del Hijo Pródigo nos ilustra esta dinámica con la figura del hermano mayor. Veamos qué nos dice el Evangelio:

Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas. Y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Y él le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido sano y salvo.

Y él se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre y le rogaba que entrase. Mas él, respondiendo, dijo a su padre: He aquí, tantos años te sirvo, y nunca transgredí tu mandato; y nunca me has dado un cabrito para gozarme con mis amigos.

Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo. Y él le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado.

La parábola del Hijo Pródigo

Nos presenta dos hijos con dos actitudes muy diferentes. El padre, con su amor incondicional y su misericordia infinita, nos muestra el verdadero rostro de Dios, siempre dispuesto a perdonar y acoger al pecador arrepentido.

Por otro lado, el hermano mayor, a pesar de haber cumplido aparentemente con su deber, se encuentra atrapado en su propia justicia y orgullo. Él no ve la necesidad de perdonar porque no reconoce su propia necesidad de perdón. Su corazón se ha endurecido, y su mente se ha convertido en un campo de batalla donde el resentimiento y la amargura han ganado terreno.

El hermano mayor juzga duramente a su hermano y a su padre, incapaz de comprender la alegría del perdón y la reconciliación. Se aferra a la ofensa, reviviéndola una y otra vez, alimentando así el rencor y la amargura en su corazón. Su mente, en lugar de ser un instrumento de comprensión y sanación, se convierte en un obstáculo para el perdón, impidiéndole experimentar la paz y la libertad que provienen del amor misericordioso de Dios.

El perdón comienza cuando, gracias a una fuerza nueva, una persona rechaza todo tipo de venganza. No habla de los demás desde sus experiencias dolorosas, evita juzgarlos y desvalorizarlos, y está dispuesta a escucharles con un corazón abierto.
El secreto consiste en no identificar al agresor con su obra, aquí ayuda la oración.

Necesidad de la oración

Para liberarnos de la trampa mental del rencor y el resentimiento, que nos impide perdonar, la oración se convierte en nuestro refugio y nuestra guía. Como bien dijo san Juan Crisóstomo: «La oración es la medicina del corazón». A través de ella, establecemos una conexión íntima con Dios, fuente inagotable de perdón y misericordia, quien nos infunde la paz necesaria para aquietar nuestra mente y serenar nuestras emociones turbulentas.

El perdón forma parte de la misericordia divina y, como señala san Juan Crisóstomo, “nada nos asemeja tanto a Dios como estar siempre dispuestos a perdonar”. Por eso quien perdona refleja con más nitidez la imagen de Dios.

Orar nos permite elevar nuestra mirada y ver la situación desde una perspectiva más amplia y compasiva. Nos ayuda a comprender las debilidades humanas, tanto las nuestras como las del ofensor, y a reconocer que todos somos pecadores necesitados del perdón divino.

Tal vez es muy claro san Agustín cuando afirma:

«Si Dios escucha al pecador que le ruega, ¿cuánto más escuchará al que ya ha sido justificado y que le da gracias?».

En la oración, encontramos la fuerza para perdonar, incluso cuando el dolor parece insoportable. Podemos pedirle a Dios que nos conceda la gracia de comprender la ofensa desde Su perspectiva, de ver al ofensor con ojos misericordiosos y de encontrar en nuestro corazón la capacidad de perdonar.

La oración nos purifica, «desintoxicando» nuestra mente del veneno del resentimiento y cultivando en ella pensamientos de paz y reconciliación.

Recordemos siempre las palabras de san Pablo: «No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y acción de gracias, presenten sus peticiones a Dios».

Al orar, dejamos nuestras cargas en las manos amorosas de Dios y le permitimos obrar en nosotros el milagro del perdón, transformando nuestro dolor en compasión y nuestro rencor en amor.

Perdonar con la cabeza es un acto de inteligencia y voluntad, guiado por la fe y sostenido por la oración. No implica negar el dolor causado por la ofensa, sino comprenderlo y aceptarlo como parte de nuestro camino hacia la sanación y la reconciliación.

La oración es nuestra aliada indispensable en este proceso, pues nos permite abrir nuestro corazón al perdón verdadero y duradero.

Te invito a reflexionar: ¿Cómo puedes hacer de la oración un hábito diario que te ayude a perdonar con la cabeza y con el corazón, y así experimentar la paz y la libertad que solo el perdón puede brindar?

Padre Juan Carlos Vasconez

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