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El amor es la vocación fundamental de todo ser humano, el hombre está hecho para amar, amar a los demás y amarse a sí mismo. Solo la persona que vive en el amor puede sentirse realizado.

Aunque el amor es innato a la persona, es necesario adquirir las herramientas que nos llevarán a perfeccionar nuestra capacidad de amar, y de recibir amor. Si sabemos amar, sabremos encontrar otras personas con esta misma capacidad, por ejemplo, a la hora de elegir al cónyuge.

Sin embargo, pese a que valoramos la importancia del amor en nuestras vidas, no siempre se pone el mismo empeño en aprender a amar. Y entonces, escuchamos con frecuencia quejas como:

  • Es impaciente, desconsiderado, no me comprende, me engaña, es vicioso, no hay diálogo, es egoísta.
  • Nos casamos enamorados, pero la convivencia fue imposible.

Entonces, qué fue lo que falló. Acaso el amor se acabó o tal vez esa persona nunca aprendió a amar. Es importante que todos sepamos cómo y cuándo aprendemos a amar, y la respuesta a esto es sencilla: lo aprendemos desde que somos niños.

¿Cómo enseñar a amar a los hijos?

Los niños han de ser provistos de las herramientas necesarias para buscar la verdad, aceptar la realidad, aprender a respetar y amar a los demás.

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Estas herramientas son las virtudes, es decir, cualidades estables que gestionan con sensatez las emociones, nos permiten distinguir el bien del mal, y nos capacitan para amar a los demás.

¿Cuáles son las virtudes que nos capacitan para amar?

Tomemos como referencia este texto de San Pablo:

El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso.
No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor.
El amor no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad.
Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

(1 Corintios 13:4-7)

Es usual que los novios elijan esta epístola como lectura el día de su boda, anhelando vivir su amor tomando estas palabras como referente. Sin embargo, convertir estas palabras en realidad se complica, especialmente con la convivencia.

Cuando surgen los desacuerdos y las situaciones imprevistas, los problemas se van apilando y la relación se deteriora siempre que se carece de las virtudes. Ningún curso prematrimonial puede insertar estas virtudes tan importantes para la convivencia y el crecimiento del amor.

Si una persona decide correr una maratón sin haber entrenado y adquirido las destrezas necesarias, fracasará. Así mismo, sin virtudes es muy difícil amar bien, no solo al cónyuge, sino al prójimo en general. Si somos honestos reconoceremos que no son pocos los matrimonios (o las amistades) que fracasan cuando uno o ambos cónyuges carecen de muchas de estas virtudes.

Por: Cristina Valverde Johnson
@crisvalverdej

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