Lo que nunca debes considerar es dejar de ir a misa. ¡Incluso la peor experiencia en misa es mejor que abandonarla!
Algo de ruido de niños durante la misa es inevitable y debería ser bienvenido en cualquier parroquia que desee sobrevivir. Muchos padres se esfuerzan por no molestar, se esfuerzan más de lo que pudiera parecer visto desde fuera. Muchos niños tienen discapacidades difíciles de percibir a primera vista y muchos padres cargan con cruces que también son difíciles de ver. Dios no se siente honrado por una letanía de quejas mentales de una hora a la semana. La Iglesia no es un museo, ni un retiro silencioso ni un asilo de ancianos.
Pero tampoco es un parque, así que todos los padres son responsables de ayudar a sus hijos a aprender a comportarse tan bien como puedan.
La misa no es un momento para vivir en privado. Es el momento de adorar a Dios junto a otras personas. Sentimos en nuestro interior que los niños son parte de la misa, tanto por su propio beneficio como por el de la congregación. Incrementamos las expectativas que tenemos de ellos de forma gradual hasta que, llegado el momento, participan plenamente en la misa como cualquier otro adulto.
Otras familias simplemente deciden separarse los domingos y dejan a los niños en casa hasta que son lo suficientemente mayores como para comportarse. A mí me gusta que toda la familia esté junta, pero es una preferencia personal, no una cuestión de moral. Cada uno es experto en su particular familia y a cada uno le corresponde decidir qué está intentando conseguir y cuál es la mejor forma de hacerlo.
Durante los diecisiete años que hemos estado trayendo a los niños a misa hemos aprendido lo que han resultado ser, casualmente, 17 ideas para que los niños se porten bien. Y no se trata de los consejos habituales sobre llevar libros, lápices de colores, juguetes (silenciosos), o sobre señalar las características de la Iglesia o sentarse en la parte delantera e ir susurrando explicaciones. Hay más:
1. Recuerda que ustedes suelen ser los peores críticos de su propia familia. Por supuesto, siempre están esas terribles personas que critican de forma ruin a los padres que lo hacen lo mejor que pueden; pero también hay padres que imaginan las críticas cuando no hay ninguna. Un domingo, había una señora mayor, colmada de arrugas, que no paraba de girarse para mirarme cada vez que mi bebé hacía el más mínimo sonido. Tenía en su rostro una mueca amarga y desagradable, así que yo me iba molestando cada vez más.
Por fin, llegado el momento de darnos la Paz, se inclinó hacia mí y con esa misma mueca horrorosa me soltó: “¡Tienes unos hijos preciosos y son tan buenos! ¡Que Dios los bendiga!”. La señora, simplemente, tenía esa expresión. El resto habían sido interpretaciones mías. Es una lección que nunca olvido, porque así me resulta mucho más sencillo mantener la calma y lidiar con los niños más razonablemente, sin sentir que todo el mundo nos está juzgando.
2. Permitimos algo de movimiento, pero siempre que sea en el banco. Conozco a algunos que piensan que cambiarte de sitio es una grave ofensa, pero nosotros no. Nuestro hijo de cuatro años va de un regazo a otro, se cambia de banco, se sienta en el reclinatorio, etc., combinado con momentos sentados en silencio en los que presta atención. Me imagino que sólo distrae a quien se sienta detrás de nosotros, así que los que se distraen fácilmente pueden elegir otro lugar.
3. Aunque no estén en los bancos, siguen estando en misa. Sí, tú, papá o mamá, así que intenta no parlotear ni perderte en las nubes ni mirar el teléfono. Otros padres actúan como si estuvieran en una cafetería. Tú sonríe con educación, deja claro con tu lenguaje corporal que intentas estar presente en misa. Si estás persiguiendo a un pequeño escurridizo en uno de sus días de descontrol, puede que no seas capaz de seguir la misa, así que no pierdes nada encomendándote a Dios para que te ayude a salir del paso: “Jesús, estoy aquí porque así lo quieres. Por favor ¡dame una mano!”.
Por descontado que si alguien necesita hablar contigo de verdad —y suele haber personas que lo necesitan al fondo de la iglesia— no pasa nada por mantener una conversación silenciosa. No vamos a echar a nadie porque lo que intentamos es rezar.
4. Mantén las expectativas en proporción a la edad. Si tienes que sacar a un niño de dos años de la misa no es porque se esté portando mal, es porque tiene dos años y por naturaleza es ruidoso. No esperamos que los niños aguanten toda la misa hasta que tienen por lo menos cuatro años. Esta es la edad que por experiencia vemos más razonable para nuestros hijos. Tus hijos puede que sean diferentes. La cuestión es, los más pequeños son incapaces de estar sentados en silencio durante una hora, no importa lo bien equipado que vayas para entretenerlos en misa. Es posible que grites para que se comporten, pero así sólo les estarás enseñando que la misa es un lugar donde Mamá y Papá están enojados.
Así que sí, pasarte todo el rato entrando y saliendo de los bancos, yendo para adelante y para atrás es una lata y es agotador y es desmoralizante, pero al menos no sentirás que estás haciendo algo mal. Los niños son niños, sobre todo los pequeños. No van a ser así para siempre. No van a ser así para siempre. No van a ser así para siempre. De verdad.
5. Habla de tus expectativas antes de ir a misa, también a los niños mayores. Dales instrucciones concretas sobre lo que esperas ver y lo que no vas a tolerar y aguantar hasta el final con algún soborno o amenaza.
6. Sean modelos de buen comportamiento, dentro y fuera de misa. Muestren con su postura y expresión facial que se trata de un momento diferente, que no están en la grada de un partido de fútbol. Está ocurriendo algo especial.
Eviten los comentarios sarcásticos de vuelta a casa tras la misa, no critiquen la música, la liturgia, la homilía o a otras personas como si acabaran de salir de un restaurante que no les gustó. Fueron para adorar a Dios, no para que los complazcan.
7. Hablen de la misa después de la misa. Esto sí. Expliquen a los niños lo que están pensando sobre la misa y traten de vincularlo con la vida diaria. Hablen de lo que las lecturas han significado para ustedes, hablen de sus himnos favoritos y, por el amor de Dios, si sus hijos se portaron bien, traten de felicitarlos.
8. Respondan a las dudas de los niños sobre lo que está pasando. No hay técnica de enseñanza más eficaz que aprovechar el momento oportuno. Es cierto que deben hablar en susurros, pero que nunca teman hacer preguntas. Si preguntan algo que no tiene que ver con la misa, responde algunas veces y luego di “Ahora estamos rezando a Dios, pregúntame después de misa, por favor”.
9. Si tienen una gran familia, será más fácil si toman pequeñas partes de varios bancos consecutivas en lugar de ocupar una entera. De esta forma, los padres pueden llegar de forma más fácil a los niños que necesiten calmarse o estar en brazos. Además, los niños se sentirán menos invisibles entre toda la gente y es más probable que sigan las respuestas que están escuchando de sus padres.
10. Nosotros evitamos las salas para bebés, pero depende de cada uno. Cuando las hay, estas salas insonorizadas a veces son demasiado incómodas y el cristal aislante crea un efecto inquietante, como de cantantes folk en una pecera. Es mejor proponerse permanecer en los bancos tanto como sea posible y acudir a tu segunda opción temporal (las salas para bebés, el confesionario, el vestíbulo, los límites de la ciudad, etc.), hasta que estén listos para volver a entrar (aunque sea para la bendición de la despedida).
11. El mejor consejo que les puedo dar: sean pacientes. Pacientes, pacientes y más pacientes. El buen comportamiento en misa requiere el esfuerzo de toda la familia y lleva tiempo conseguirlo, incluso con todos cooperando al máximo. A nosotros nos han costado unos buenos 18 años llegar al punto en el que, incluso si uno o más de los niños hace la mayor de las barbaridades, nosotros mantenemos la calma y la confianza y retomamos el control, sin estrangular a nadie o morir de vergüenza en el intento.
Vía: Aleteia