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El Gobierno puede abordar la violencia directa, pero como sociedad, debemos enfrentar la ferocidad estructural y cultural.

En el año 2006, mientras aún era estudiante de turismo, viví un momento que, años después, me llevaría a cuestionar mi propia indiferencia ante la realidad de un niño desamparado. Recuerdo estar en el Parque de las Iguanas en Guayaquil, junto a mi guía turístico y un grupo de turistas, cuando un pequeño vendedor de caramelos, sucio y solo, se acercó. La reacción de mi mentor, instándome a apartar al niño para no ahuyentar a los turistas, reveló la desgarradora indiferencia que a menudo se encuentra en nuestra sociedad.

Las imágenes recientes de delincuentes tomando rehenes en un canal de televisión, especialmente al descubrir que muchos eran menores de edad, me llevaron a reflexionar sobre aquel momento bochornoso en el que opté por apartar al niño en lugar de ayudarlo. Esta reflexión ha sido un proceso en evolución desde que me involucré en Responsabilidad Social Corporativa y trabajé con organizaciones que me permitieron adentrarme en las realidades de barrios urbano marginales de Guayaquil y las zonas rurales de la costa ecuatoriana.

 

 

Triángulo de la violencia

Comprender que los actos violentos que presenciamos en la actual «guerra declarada» son apenas la superficie visible de un fenómeno más complejo. Johan Galtung, destacado científico noruego, describe esta dinámica como el «triángulo de la violencia». En este modelo, la violencia directa, ya sea física o verbal, se sitúa en el vértice superior, manifestándose en los muertos, heridos, desplazados y daños materiales causados por el conflicto, todo ello corroborado por el comportamiento humano.

En otro vértice se encuentra la violencia estructural, que se manifiesta cuando ciertos grupos específicos por su condición de edad, género, clase social, nacionalidad, etc. sufren inequidades y desventajas generadas por sistemas sociales, políticos y económicos que rigen las sociedades, los estados y el mundo. Este aspecto se observa claramente en niños, niñas y adolescentes abandonados o a cargo de padres negligentes, criándose en las calles sin intervención institucional estatal que brinde protección y haga valer sus derechos.

Finalmente, el tercer vértice alberga la violencia cultural, representada por actitudes socialmente aceptadas y creencias inculcadas desde la infancia, que perpetúan la idea del poder y la necesidad de la violencia. La normalización de la narcocultura en los medios de comunicación y la industria musical, presentándola como un modelo a seguir, legitima la imagen del narcotraficante con riqueza, mujeres y poder. Además, los comportamientos machistas dentro de esta violencia cultural contribuyen a justificar la violencia directa.

El triángulo propuesto por Galtung nos proporciona una perspectiva para comprender la amplitud del problema que enfrentamos, destacando que esta problemática no surgió solo después de la pandemia sino que estructuralmente ha existido una ausencia estatal en territorios urbano marginales y rurales del Ecuador. Asimismo, Galtung advierte que este triángulo se convierte en una espiral de violencia cada vez más perversa y aguda si no se aborda desde los tres vértices simultáneamente.

El Gobierno puede abordar la violencia directa, pero como sociedad, debemos enfrentar la violencia estructural y cultural. La pregunta crucial es: ¿seguiremos siendo espectadores horrorizados o nos comprometeremos activamente a construir paz desde nuestras comunidades?

 

 

Una profunda reflexión

Personalmente, no puedo cambiar el pasado de aquel momento bochornoso donde fui indiferente, pero creo que podemos cambiar el presente y el futuro. Propongo que comencemos el activismo desde nuestras familias e iglesias, involucrándonos en programas de prevención de la violencia en nuestras comunidades. No se trata solo de dar dinero, sino de participar activamente en la construcción de un entorno seguro y protector para todos.

La reflexión nos lleva a reconocer que debemos trabajar en nosotros mismos y nuestras familias para crear espacios libres de violencia. Buscar ayuda emocional y apoyo mental es esencial para cambiar patrones culturales dañinos que perpetúan la violencia.

Desde una perspectiva estructural, como trabajadores y empleadores, debemos ir más allá de la responsabilidad social empresarial y abordar las desigualdades de manera más profunda. Esto implica no solo salarios justos y seguridad social para quienes dependen de nosotros, sino también comprensión y apoyo a las realidades de madres solteras, asegurando que nadie sea precarizado.

Termino con un recordatorio de Santiago 1:27, que destaca la importancia de cuidar de los huérfanos y las viudas en medio de las aflicciones. En estos tiempos de construcción de paz, estamos llamados a ser constructores activos de un futuro más justo y compasivo. La guerra puede estar a nuestro alrededor, pero nuestra misión es ser agentes de cambio y construcción de paz.

 

 

Escrito por: Blanca Rivera Lucín, educadora e investigadora. Actualmente, es Coordinadora del Grupo de Trabajo de Políticas Públicas de Seguridad Integral de FES ILDIS.

 

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