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La vida puede ser tan distinta si la relación entre cuidarse, cuidar y ser cuidado tiene bases en el respeto, comprensión y la empatía.

La llamo a su teléfono convencional porque sé que no va a responder al celular. Ese lo tiene por allí, tal vez cargándose, tal vez perdido debajo de la almohada o en algún sillón. En él hay mensajes de familiares y amigos que le recuerdan casi a diario el cariño que le tienen. Me llena de ternura saber que a sus 84 sigue habitando en otros corazones.

Generalmente es ella quien contesta, porque esa es su casa, su territorio y nadie más debe contestar el teléfono sin su permiso. Siempre feliz de escuchar mi voz hace las preguntas de rigor, pasa revista por cada integrante de mi familia. Ya tengo preparadas las respuestas y el tono de voz que le hagan sentir que es la primera vez que me pregunta y que yo se las respondo. Es una situación parecida a lo que experimenta el personaje de Bill Murray en la película “El día de la marmota” quien representa a un hombre atrapado en el tiempo.

A veces se da cuenta que se repite y hay giros inesperados en su discurso. Otras veces todo se le pone muy confuso y me dice que no sabe en dónde se encuentra, que parece que la han dejado allí en un pueblito y que se quiere ir a su casa.

Un hilo de angustia atraviesa su voz y llega hasta mi garganta. Dice que es raro porque hay cosas que identifica como suyas a su alrededor pero que no está en un lugar conocido. Le pregunto si hay lámparas rojas en sus veladores, me dice que sí. Le recuerdo que las compramos juntas un domingo por la tarde y describo todo lo que sucedió ese día como intentado pegar un batazo, pero no, la pelota se va de largo, no lo recuerda. La hago reír con algún juego de palabras que tanto le gustan. Ríe, reímos, olvida el olvido y la confusión en la que se encontraba unos minutos antes. Respiro, el nudo en la garganta desaparece.

Cuelgo el teléfono y procedo a contactar a su cuidadora, ese personaje clave en nuestras vidas, le escribo al celular contándole lo que acaba de suceder y cómo eso arruga mi corazón. Su voz me tranquiliza porque sé que la trata con afecto, ha entendido que sus cuidados son una extensión nuestra. Procede a contarme que finalmente dejó la cama, que se bañó, que ya está desayunando como si nada y ubicada nuevamente en tiempo y espacio.

Su vida es ahora un eterno presente, una sucesión de días olvidables. Sin embargo su pasado está allí, intacto, y aparece en cada historia que cuenta cuando se le juntan ideas parecidas. Le aplastamos una tecla y ella pone el resto del concierto. Ama la música. Fue profesora de piano en el Barrio por décadas. Es su “reserva de memoria más importante”, nos dijo su psico-neuróloga cuando la evaluamos. Desde entonces, siempre intentamos que
haya música en nuestras vidas.

Les comparto este relato personal para describir la sensación térmica de una realidad que vivimos cada vez más familias. Una realidad para la que nadie nos ha preparado y que nos obliga a improvisar desde el afecto.

 

 

AIVD y el autocuidado

Según la encuesta de Salud, Bienestar y envejecimiento SABE del 2010, más de uno de cada cuatro ecuatorianos mayores de 60 años presentaba una o más limitaciones en las ABVD (Actividades básicas de la vida diaria), que son aquellas que permiten vivir con independencia y autonomía.

Cuatro de cada diez adultos mayores presentaba una o más limitaciones en las AIVD (Actividades instrumentales de la vida diaria), actividades que le permiten a las personas adaptarse a su entorno para poder llevar una vida independiente en la comunidad como hacer llamadas telefónicas, comprar, cocinar, cuidar la casa, transportarse, manejar la medicación y manejar el dinero. Son condiciones relevantes para el diagnóstico de deterioro cognitivo.

Los resultados de la encuesta reflejaron además que la prevalencia de ambas limitaciones era mayor en las mujeres y en la ciudad de Guayaquil. Es muy probable que estos porcentajes hayan aumentado en el tiempo, alterando sustancialmente las dinámicas familiares.

En tiempos de longevidad, las familias no podremos solas. Necesitamos el apoyo del sector público y privado para educar a la población en la importancia del autocuidado, contener a quienes cuidan y capacitar a una nueva generación de cuidadores con conceptos actuales relativos a las personas mayores.

 

 

Escrito por: Psic. Alexandra Landázuri Savinovich, Directora de Guiarte, comunidad online para personas mayores.

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