De las ramas de los manglares del golfo provenía el mejor carbón que por centurias se usó como combustible doméstico.
Dejando atrás la Isla Puná, centinela del golfo, las embarcaciones van remontando el río de Guayaquil, colosal y caudaloso. Gigantescos mangles de enmarañadas raíces aéreas flanquean ambas orillas, y de la espesura de su follaje verdinegro surge como mensaje canoro un rumor politonal que el viento lleva hacia las naves. Los viajeros asomados a la borda, contemplan absortos el paisaje. Hace calor. *
Esa debió ser la primera impresión que los conquistadores españoles tuvieron al adentrarse en el delta del majestuoso río, cuyo nombre adoptaría la ciudad de Guayaquil, establecida definitivamente en el siglo XVI (1547), a las faldas del Cerrito Verde, desde donde fue afirmándose sobre recios troncos de mangle con los que cimentó el tablestacado de la orilla para crear su primer puerto y crecer hacia el sur proyectándose a través de los siglos en varias direcciones.
Abrazada por el río Guayas y el Estero Salado, Guayaquil se volvió una urbe de importancia a partir de la existencia de sus famosos astilleros, beneficiados por los extensos bosques de maderas preciosas que prodigaron la materia prima para las construcciones navales, donde sobresalieron los mangles, pieza fundamental para sostener el velamen de las naves. Mangles que sustentaron el primer malecón del puerto, los muelles de tráfico fluvial y más adelante las edificaciones de dos y tres pisos del perímetro central.
Rodeando y arropando con su verdor a la ciudad, hasta antes de que la contaminación y la tala indiscriminada los destruyera, los manglares circundantes formaban una especie de barrera natural penetrando desde el golfo y serpenteando a la orilla de los esteros. Su altura promedio de 10 o 15 metros de largo y su propiedad de mantener el tronco incorruptible aunque se encuentre sumergido, los volvió un elemento indispensable para el desarrollo de la construcción desde el período colonial hasta bien entrado el siglo XX.
Hermosos troncos de mangle rojo, de 10 y 15 mts de altura llegaban por el río atados como una jangada que apegaba a la orilla y de allí, transportados en carretas tiradas por acémilas eran arrastrados hacia el lugar donde se levantaría la vivienda o el edificio institucional. Entonces, el pilotaje de los mangles se efectuaba con maquinaria a vapor, para afirmar el suelo acuoso de una ciudad situada a nivel del mar. Técnica utilizada por los constructores italianos que luego de la I Guerra Mundial, levantaron las primeras edificaciones de cemento armado, cambiando la fisonomía de la ciudad que poco a poco fue dejando atrás su arquitectura tradicional de madera.
De las ramas de los manglares del golfo provenía el mejor carbón que por centurias se usó como combustible doméstico. La resina del árbol vuelve lenta su combustión por lo que la procedencia de ese carbón fue sinónimo de garantía. Como también se garantizaba el producto de su corteza por los excelentes taninos que beneficiaban a la industria del cuero.
Características de su grandeza
El mangle es una especie propia de zonas intermareales, crece de modo espontáneo donde las aguas de los ríos se entreveran con el salobre componente del agua de mar. Su presencia evita la erosión del terreno costanero, detiene el embancamiento de ríos y esteros y actúa como barrera protectora ante huracanes, fuertes oleajes y tormentas.
Su espeso follaje protege numerosas especie de aves y de sus ramas cuelgan orquídeas, bromelias y helechos. Entre la maraña de sus raíces, semejantes a largos y fantasmales dedos, se alberga todo un ecosistema marino en el que conviven muchas especies de peces, moluscos y crustáceos, entre ellos el apreciado cangrejo rojo, que absorbe los nutrientes del lodo donde se oculta y del cual es extraído para responder a la demanda ancestral de nuestras mesas, generando fuentes de trabajo para cientos de pescadores artesanales y canoeros de las islas.
El mangle rojo, predominante en nuestras islas del Golfo de Guayaquil, es la especie más notable de la Cuenca del Guayas. Lamentablemente por falta de aplicación de la ley e irrespeto a la naturaleza, esta riqueza forestal ha sido diezmada en muy significativas proporciones, siendo uno de sus más directos depredadores la industria camaronera, que por ignorancia deforestó miles de hectáreas de manglares, precisamente en el reservorio natural donde los camarones depositan sus larvas, .
… Pero al margen de la desidia gubernamental y de la ambición desmedida, existen valiosas iniciativas particulares, como el proyecto del Club Rotario La Puntilla, que al presente está solicitando a la Fundación Rotaria, la posilidad de obtener auspicio para reforestar 150 hectáreas de manglar en áreas del Golfo de Guayaquil. Plausible esfuerzo por defender algo del corazón de Guayaquil que se perdió con los manglares.
(*) Jenny Estrada – Los Españoles de Guayaquil – Inmigrantes Tomo I- texto parcial