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Facundo Manes, neurocientífico: «Las relaciones sociales son determinantes para la felicidad, tanto como ser generoso y solidario»

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¿Con qué tiene que ver la felicidad? Voltaire dijo que todos la buscamos sin saber dónde, como los borrachos buscan su casa, sabiendo que tienen una. Sin embargo, no hay respuesta universal para saber qué hacer o dónde guarecernos si no somos capaces de encontrarla.

Por si el tema tuviera pocas aristas, la ciencia tampoco se muestra muy optimista en la búsqueda de bienestares absolutos. «El cerebro humano no está diseñado para alcanzar la felicidad constante, sino para sobrevivir. En esa lucha por la supervivencia, encontramos el placer y, en algunos momentos, destellos de felicidad. Nuestro cerebro tiene una parte emocional que lo califica todo de bueno o de malo, y ahí reside nuestra constante infelicidad», explica el neurólogo y divulgador Francisco Mora.

«La felicidad es el sueño más antiguo de la humanidad. Su búsqueda es una de nuestras metas principales, pero no es fácil acordar lo que eso significa. Solo se puede desear lo que no se tiene, es decir, el anhelo de felicidad tal vez proviene del impulso que supone experimentar su carencia. ¿Somos capaces de llenar esa falta? La cosa se complica observando las inmensas diferencias que existen para cada uno sobre el sentido de la felicidad. Cualquier definición o decálogo es una auténtica idiotez», se muestra tajante el psicoanalistaGustavo Dessal. Sin embargo, afirma que eso no impide que en muchas ocasiones todos podamos experimentar cierto bienestar. «La verdadera felicidad tal vez sería vivir una vida en la que obráramos en conformidad con nuestros deseos, lo cual no solo es imposible, sino paradójico: ser consecuente con lo que uno realmente desea significa estar dispuesto a soportar muchas infelicidades. Según la ética de cada cual, así será su concepto de lo que es la felicidad», concluye.

Como sucede con la opinión, la felicidad es algo tan personal que cada uno tiene la suya y la encuentra donde quiere –o donde puede–. «Cuando te publican un libro, cuando algo te sale bien, cuando la persona que amas te dice cosas bonitas, cuando nos sentimos reconocidos, cuando comemos una tarta que alguien nos ha preparado, cuando reímos… ¿no nos sentimos felices? ¿No es eso la felicidad, esos pequeños momentos tan llenos de sentido?», explica la terapeutaLizzi Matusevich.

Como sucede con la opinión, la felicidad es algo tan personal que cada uno tiene la suya y la encuentra donde quiere –o donde puede–.

Parafraseando a Pearl S. Buck, corremos el riesgo de perdernos las pequeñas alegrías si nos paramos a buscar una gran felicidad que, por otra parte, no sabemos si seremos capaces de encontrar. «La felicidad es una abstracción que hemos creado. No tiene existencia real. De hecho, se trata de una estadística, un concepto sacado de una media de cómo nos sentimos. Personalmente, me interesan más la risa y la alegría, porque son mucho más concretas y a la vez más fascinantes y enigmáticas», relativiza el músico Sabino Méndez.

Una reivindicación que comparte el filósofo Fernando Savater, para quien el secreto no está tanto en aspirar a la felicidad como a la alegría, «algo mucho más humano», que depende de tres actitudes vitales: afirmación de la vida, aceptación de esta –con sus aspectos terribles incluidos– y cierta levedad, es decir, capacidad de quitarle hierro a los asuntos más espinosos que hallemos en el camino.

En esa misión vital, encontramos un fiel escudero en la risa. Los psicólogos nos recuerdan que humor y felicidad son las dos patas de un binomio que se retroalimenta. Pero existe un humor negro poco emparentado, a veces, con la placidez de espíritu que requiere la felicidad. «No creo que para hacer humor haga falta ser feliz, pero el estilo sí que depende del estado de cada persona. Una persona malhumorada o amargada puede hacer chistes sarcásticos o cínicos. En todo caso, siempre mejora el estado de ánimo de quien lo hace, aunque solo sea como revulsivo», asegura Anónimo, uno de los miembros de Homo Velamine, el colectivo ultrarracionalista que usa la risa como instrumento de denuncia.

Pero hacer el humor no es solamente bueno para los que se dedican profesionalmente a ello. Reírse de forma habitual, además de hacernos felices, mejora nuestra salud. Según un estudio publicado por la Universidad Vanderbilt, en Nashville, Estados Unidos, reírse durante quince minutos al día puede ayudarnos a perder peso – hasta dos kilos al año, según sus cálculos–, ya que acelera nuestro pulso cardiaco y hace trabajar a nuestros músculos, lo que implica un mayor gasto de energía. Además, nos ayuda a eliminar toxinas, a alejar nuestras preocupaciones y a dormir mejor. Y, por si fuera poco, alarga nuestra vida: un informe de la Sociedad Española de Neurología concluye que los problemas vasculares se reducen un 40% en aquellas personas que se ríen de forma regular. ¿Y eso qué implica? Alrededor de cuatro años y medio más de vida.

Fuente www.ethics.es/Esther Peñas

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