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«¡Es insoportable!» Cinco consejos muy oportunos para mejorar tus relaciones cuando alguien te cae mal.

No es raro escuchar que alguien diga de otra persona – tal vez un pariente, un cliente, un compañero de trabajo… – «Fulanito me cae mal». Y, no quieras engañarme, por muy cristianos que seamos y por mucho que ansiemos vivir la fraternidad… tal vez alguna vez hemos dicho algo parecido.

Si bien sentir no es igual que consentir, y muchas veces «no depende de nosotros» que una persona no nos simpatice, sí podemos poner los medios para mejorar nuestra relación con ella.

Claro que, dependiendo de la situación, podrían sumarse o restarse consejos. Aun así, me gustaría compartirte unos cuantos que pueden servirte de base para trabajar esa relación dificultosa que podrías tener con alguien más.

 

LA MENTIRA 1

 

1. Rézalo: «Señor, ¿por qué me cae mal?»

Tal vez, luego de leer el título puedas decir, con exclamación incluida: «¡Se perfectamente por qué me cae mal!». Pero hay dos niveles que atravesar.

El primer nivel – tal vez, si has dicho lo anterior, ya lo tienes resuelto – es reconocer que alguien no nos cae bien. Quizás no lo reconocemos porque es un sentimiento vergonzoso: «¡Cómo decir que me cae mal un hermano mío o un catequista o un compañero! ¡Yo, que rezo el rosario todos los días!».

Esta respuesta puede parecer una caricatura, pero a la vez tiene fundamentos muy reales. Querer hacer desaparecer por la fuerza o ignorando la situación, solo podría conducir a que, realmente, no la solucionemos. O la empeoremos, acabando en algún exabrupto o un escenario incómodo. Siendo que podría ser, por otro lado, ocasión para santificarte.

«No digas: esa persona me carga. —Piensa: esa persona me santifica» (San Josemaría, Camino, 174)

El segundo nivel es profundizar en nuestras razones. No para hincar más en lo que nos molesta. Sino para descubrir los motivos ocultos, que no tiene que trabajar la otra persona, sino nosotros mismos.

Inventaré un ejemplo: «Me cae mal mi compañero de facultad porque siempre los profesores le felicitan y siempre tiene que andar con la mano levantada».

Eso es lo que nos molesta, pero la razón ¿podría ser que sentimos envidia?, ¿podría ser que nos falta aprender a alegrarnos con los otros?, ¿podría ser que siento vergüenza de mis estudios?, ¿podría ir más lejos y ser que ni siquiera estoy seguro de que esta carrera sea la que me hará feliz?

Tal vez algunas cosas sí, tal vez no, algunas veces sí, algunas veces no. Pero es importante, de cualquier forma, tamizar una emoción tan fuerte en la oración para descubrir si Dios no nos está llamando la atención de una manera inesperada para que discernamos algo importante.

 

 

2. Háblalo (si puedes)

Al rezarlo, tendrás más claros los motivos – puede haber varios – por los que alguien te pone nervios. Algunos, como dije, tendrás que trabajarlos solo. Es decir, solo tú con Dios. Los que tienen que ver con tu vida interior y tus defectos, y con las virtudes que podrías adquirir.

Pero puede haber motivos objetivamente pesados en la otra persona: «siempre deja desordenados los papeles que yo ordeno», «deja su taza en el lavaplatos sin lavarla», «tira la puerta de un portazo».

Es muy fácil resolver estos pequeños defectos en el tono humano a partir de una sencilla conversación. Con prudencia, con delicadeza y con cariño, puedes hacerle una pequeña corrección fraterna. Esto, además, le ayudará un montón en el plano humano e incluso espiritual.

Otros defectos más profundos: «es egoísta», «habla mal de otros», «se pasa gastando», quizás quieras rezarlos y ver de cuáles podrías hacer una nueva corrección fraterna… o cuáles podrías dejar pasar, porque no te corresponde a ti hacerla. O no en ese momento.

En cualquier caso, lo que sí puedes hacer es llevar a esta persona a tu oración, pedir por ella, por su santidad.

 

 

3. Haz examen: ¿cómo me estoy comportando con esta persona?

Tal vez digas: «Bueno, soy consciente de que me cae mal, pero procuro que no se note tanto». ¡Es bueno!

Es decir, claro que te recomiendo los puntos anteriores, pero en paralelo, es importante que el otro no note una especial antipatía. No se trata de hipocresía. Al contrario, puede ser un detalle de amor ante quien no llegamos aún a querer con los sentimientos, pero comenzamos a querer con las obras.

Por otro lado, también es necesario examinar si estamos nosotros cultivando defectos, como responder de mala manera, ser distantes, evitar al prójimo… de veras, algo tan común como «una persona que no me cae bien» puede ser todo un tema para ayudarnos a progresar en nuestra vida interior, y el examen es un medio para descubrirlo.

 

 

4. Si es necesario, acude a la confesión

Puede ser que hayas caído en alguno de esos defectos o incluso pecados: faltar a la caridad al responder, impaciencia con el prójimo, hablar a sus espaldas con otros, hacer acepción de personas… hasta otras situaciones más graves que hayan podido desembocar en discusiones o peleas más severas.

En esos casos, sabemos – espero – que nos tocará pedir perdón a la otra persona (y viceversa, muchas veces). Pero no olvidemos que también hemos de acercarnos a pedir a Dios, a quien herimos al herir al otro.

No sientas vergüenza de acercarte al confesionario a contar un pecado que, al final del día, incluso consideras tonto («no puedo creer que haya terminado así, no puedo creer que haya hecho eso»).

La confesión no solo perdona nuestros pecados, sino que nos da la gracia para luchar contra ellos. Y ¡necesitamos tanto esa gracia, cuando aprendemos a querer a los que – de momento – no queremos!

 

 

5. Pídele a Dios: «Ahora me cae mal, pero quiero quererle»

Por último, no te quedes con «ya recé», «ya ayudé», «ya hablé», «ahora le toleraré». Puedes dar un paso aún más largo, hacia el amor.

Cuando Jesús dice «amen a sus enemigos», puede sonarnos lindo pensar en un amor tan grande. Y tal vez pensemos «bueno, enemigos así como enemigos… no tengo». ¡Gracias a Dios, si no los tenemos! Pero podemos hacer el mismo ejercicio de un amor fuera de lo ordinario – amar a los que amamos – y procurar querer también a los que no nos sale querer de manera natural.

Tal vez no sea algo que se logre «a la fuerza». Claro, es necesaria la gracia de Dios. Por eso, ¡pidámosla! Pidamos a Dios que nos enseñe a querer a los demás, como Él les quiere.

En tu oración, tu corazón toca el de Dios. Piensa que esa persona que no te cae bien, está muy dentro del corazón de Él. Un diálogo divino puede ser un camino para que «te pegue» un poco de ese cariño hacia el otro.

 

 

Escrito por: María Belén Andrada, vía Catholic-Link.

 

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