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Las heridas emocionales son experiencias dolorosas de la niñez que construyen nuestra personalidad adulta. Son un factor determinante de nuestro actuar en la edad madura.

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Todos tenemos algún tipo de herida emocional profunda que desarrollamos en la niñez, que nos dejó huella y que nos encaminará hacia el tipo de adulto que seremos: miedosos, inseguros, controlador, etc. Tienen sanación y podemos mejorar. Por eso la importancia de reconocerlas lo antes posible y hacer un trabajo personal profundo para enfrentar todas las consecuencias que estas heridas nos hayan dejado.

Según el libro de Lisa Bourbeau, existen “Las cinco heridas que impiden ser uno mismo” y que persisten cuando somos adultos.

1. La humillación

Nace cuando sentimos que los demás no están conformes con quienes somos. Hay una sensación de desaprobación y de crítica hacia nuestra persona. Cuando de niños continuamente escuchábamos frases como: “Eres un tonto”, esas palabras impactaron nuestra autoestima y esta se lastimó.

Por lo tanto, al día de hoy –adultos– se nos dificulta labrar un amor propio de forma sana porque quizá, como mecanismo de defensa, aprendimos a ser egoístas y algo tiranos, hasta a ser los primeros en humillar para así evitar ser humillados. También se genera una personalidad emocionalmente dependiente.

Para sanar esta herida se requiere trabajar por una independencia y libertad sana.

2. La traición o el miedo a confiar

Esta herida es muy delicada y tiene que ver con creer. Si nuestros padres o personas cercanas no cumplieron las promesas que nos hicieron, se nos abrió una herida porque nos sentimos engañados, traicionados, perdimos la confianza.

Esta desconfianza, al no habernos sentido merecedores de que alguien nos cumpliera su palabra, se puede transformar en celos, envidia u otros sentimientos negativos hasta volvernos perfeccionistas, controladoras y personas que no saben delegar.

Para sanar esta herida se requiere trabajar en la confianza, comenzando por la personal, en la paciencia, la tolerancia y la flexibilidad.

3. La injusticia

Cuando en el hogar tuvimos un ambiente autoritario y nada cariñoso, lo que nos generan sentimientos de inutilidad e incapacidad hasta convertirnos en adultos rígidos y perfeccionistas.

Para sanar esta herida se requiere trabajar la flexibilidad y confianza en los demás.

4. El miedo al abandono

La soledad, el desamparo y aislamiento son algunas de las consecuencias de quien experimentó el abandono en su infancia.

Las consecuencias de estas heridas son terribles en la edad adulta. Son personas que difícilmente tienen relaciones estables y de tiempo porque ellas abandonarán antes, por miedo a revivir aquel dolor y a volver a ser abandonados.

Para sanar esta herida se requiere de trabajar el miedo a estar solos, el temor a volver a ser abandonados y aceptar, aunque cueste trabajo, el contacto físico (abrazos, caricias, besos…). Aprender a estar con uno mismo y pasarla bien en soledad.

5. El miedo al rechazo

Cuando en la niñez sentimos rechazo, ya sea de los padres, de la familia o de los iguales evitando que tengamos un sano desarrollo del amor propio y de la autoestima lo que nos llevará a aislarnos.

Para sanar esta herida se requiere trabajar nuestros fantasmas internos, nuestra capacidad de tomar decisiones sin miedo a ser juzgados y no tomar personal cuando la gente se aleje.

Recuerda que tú eres mucho más que tus heridas. No permitas que ninguna te defina de forma negativa o que te controle. Tú debes controlarlas y haz de ellas un medio de fortaleza, la catapulta hacia tu sanación.

Vía: Aleteia

 

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