Compartir:

Este nuevo editorial: «libres para opinar como ellos», se centra en hechos negativos que se han vuelto virales en los últimos días.

Un par de hechos recientes que tienen una clara conexión como para mencionarlos en esta columna: Will Smith protagoniza la escena de acción más bochornosa de su carrera e Elon Musk se convierte en el mayor accionista externo de Twitter. ¿El hilo conductor? La verdadera libertad de expresión.

Mucho se ha dicho de la cachetada más famosa de la historia de la televisión, que si Smith es un héroe por defender a su esposa, que si un chiste sobre una condición médica estuvo fuera de límites, que cómo es posible que muchos actores de Hollywood condenen la violencia en Ucrania, pero el mejor actor del año protagonice una agresión violenta producto de su falta de control, frente a millones de familias y encima luego en su discurso de agradecimiento del Oscar tenga la desfachatez de decir que quiere ser un “recipiente de amor”.

La opinión pública, los pares del actor, la Academia de Artes y hasta el Departamento de Policía de Los Ángeles ya se han pronunciado: fue una agresión, que el mismo actor ha calificado de inexcusable.

La realidad es que comediantes como Chris Rock son contratados o invitados por los organizadores de estas premiaciones justamente para que nos hagan reír a expensas de los famosos. Hay que comprender el contexto del humor norteamericano pero, sobre todo, de su tradicional comprensión de la libertad de expresión.

 

 

«Libres para opinar»

Los avisos publicitarios, los noticieros, los programas de entrevistas, las canciones, películas y obras de teatro en EEUU, hasta hace poco tiempo, eran ejemplo de cómo allá se decía lo que se pensaba, sin miedo a ofender a nadie. Lo que no significa que hay que estar de acuerdo con todo, ni dejar de tomar acciones racionales y legales para contestar un ataque. Pero la libertad es un camino de dos vías y así Voltaire lo habría inmortalizado en la célebre frase que se le atribuye: “No estoy de acuerdo con lo que dices pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”.

Vivimos en un mundo que se ofende por todo, donde lo políticamente correcto prevalece y la sociedad es obligada a conformarse a la norma dictada por las nuevas autoridades de la verdad y la justicia: las redes sociales, los medios y Hollywood.

 

 

Cruda realidad respecto a opinar

Big Tech (Facebook, Twitter, Google, Apple, etc.), en particular, se ha auto nombrado el censor supremo que decide qué es correcto y verdadero y qué no, cancelando a quienes piensan distinto, sea sobre ideología, política, moral o ciencia.

Por eso es relevante que el empresario Elon Musk haya invertido casi 3 mil millones de dólares en adquirir cerca del 10% de Twitter, en una campaña de rechazo a la arbitrariedad con que su algoritmo invisibiliza o hasta cancela criterios conservadores o que simplemente no se alinean con la agenda progresista.

Es cierto que, siendo privadas, estas plataformas pueden dictar sus propias políticas, pero al ser medios disponibles masivamente y por el hecho de cotizar abiertamente en bolsa, deberían respetar y promover la verdadera libertad de expresión, sin convertirse en fiscales, jueces y verdugos que responden a intereses particulares.

No sorprende que en el colegio de nuestros hijos, en grupos de WhatsApp, en la oficina y en cualquier entorno académico y social, haya una variedad de temas de los que ya no se puede ni hablar a menos que se guarde la postura aceptable.

 

 

Tolerancia y likes

La llamada tolerancia es un término que solamente aplica para quienes se victimizan por lo que etiquetan como ideas medievales, retrógradas y hasta opresoras. Ellos -empero- no toleran ni una gota de cualquier pensamiento que discorde con el suyo.

Y con esa idea en mente, vuelvo al episodio de los Oscars, cuando un actor famoso no toleró un chiste que sabe que no fue mal intencionado y que era parte del trabajo del comediante.

Comentando este hecho en mi podcast (que los invito a escuchar y suscribirse) decía yo: “Lo cierto es que este es otro recordatorio que las estrellas de Hollywood son seres humanos comunes, sujetos a las mismas pasiones y debilidades que los demás. Su estatus social y económico no los vuelve moralmente superiores ni su dinero los convierte automáticamente en modelos de nada ni nadie”. Esto porque, en el mundo de hoy, esas celebridades se creen autoridades en materia de justicia ambiental, social y hasta económica, al menos, mientras sigamos siendo la audiencia que los aplaude de pie o los premia con un like.

 

LIKES 1

 

Escrito por: Pablo Moysam D.
Twitter: @pmoysam
 Spotify: Medio a Medias.

 

Compartir: