Seguramente sabes que las abejas son esenciales para el planeta porque ayudan a polinizar las plantas, es decir, a que estas se reproduzcan y den frutos.
Pero ¿sabías que no todas las abejas tienen aguijón? Existe un grupo especial llamadas abejas nativas sin aguijón, las cuales no pueden picar. Estas son importantes para la naturaleza y para las personas que viven cerca de ellas.
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Las abejas más conocidas en la producción comercial de miel pertenecen a la especie Apis mellifera. También llamada abeja europea, es originaria de Europa, África y algunas regiones del Medio Oriente. Su desembarco en América se remonta a 1617 cuando fueron llevadas desde Londres a las Islas Bermudas. Sin embargo, no fue hasta 1839 cuando se introdujeron en Sudamérica, con el primer registro documentado en Brasil. Gracias a su gran capacidad de adaptación y alta productividad, la Apis mellifera se ha consolidado como la principal productora de miel a escala mundial.
Carlos Iván Espinosa, coordinador del Laboratorio de Ecología Tropical y Servicios Ecosistémicos de la Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL), advierte que la introducción de Apis melliferaha causado problemas en los ecosistemas debido a su comportamiento. “La productividad de la miel de esta especie está asociada a la agresividad: mientras más agresiva es, más miel produce”, explica. Esta agresividad provoca el desplazamiento de otras especies, entre las que se encuentran las abejas nativas. De esta forma, conquista y monopoliza los recursos disponibles.
Las abejas nativas, que mantienen una alta diversidad en los trópicos, han desarrollado una estrategia diferente que la europea. “Hemos encontrado que, aunque estén en los mismos sitios, utilizan recursos ligeramente distintos, dividiéndose la comida de tal manera que no compiten por ella”, señala Espinosa. Este fenómeno, conocido como partición de nicho, permite la coexistencia de estas especies y resalta la importancia de protegerlas.
El investigador enfatiza que estas especies dependen de un entorno con vegetación adecuada para mantener su producción, lo que representa una oportunidad clave para proteger y preservar los bosques.
La meliponicultura, práctica dedicada a la crianza y manejo de abejas nativas sin aguijón de la tribu Meliponini, se remonta a la época prehispánica. Los mayas, en lo que hoy es México, criaban la Melipona beecheii para obtener miel y cera, productos esenciales para endulzar alimentos, curar heridas y fabricar velas. Aunque en Ecuador no existen registros históricos de esta actividad, los pueblos originarios han aprovechado los productos de estas abejas durante siglos, conscientes de su valor y presencia en la biodiversidad local.
Aunque las abejas sin aguijón son fundamentales para la naturaleza, la meliponicultura no se ha desarrollado tanto como la apicultura. Sin embargo, tiene un gran potencial.
Galo Ojeda, gestor de innovación en el Parque Científico y Tecnológico de la UTPL, destaca que la miel de melipona es altamente apreciada por sus múltiples beneficios, como el aporte para fortalecer el sistema inmunológico y sus propiedades antioxidantes, antimicrobianas y antiinflamatorias. Además, resalta su sabor único con alto valor medicinal y nutricional.
En el marco del proyecto se está prototipando productos innovadores como cremas, jarabes y barras energéticas que aprovechan las propiedades únicas de la miel. Ojeda detalla que “hemos desarrollado productos como jarabes medicinales, serum faciales, cremas exfoliantes, barras energéticas y granolas, utilizando las propiedades antibacterianas y antisépticas de la miel”.
La meliponicultura no solo es una oportunidad económica para las comunidades rurales, sino que también ayuda a proteger el medio ambiente. “A través de esta actividad, los meliponicultores tienden a conservar más el bosque y usar menos químicos porque saben que estos matan a las meliponas”, explica Encalada.
En este equilibrio entre innovación y respeto por los ecosistemas es donde yace el verdadero potencial de la meliponicultura. La historia de las meliponas nos recuerda que es posible lograr un desarrollo sostenible si valoramos lo esencial: nuestras especies, nuestros bosques y nuestras comunidades.