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TODOS LOS SANTOS

 

La historia de la Iglesia está marcada por hombres y mujeres que hicieron entrar a Cristo plenamente en sus vidas; podían afirmar como san Pablo: “no vivo yo, es Cristo que vive en mí”. Por eso son santos, que interceden por nosotros para que, siguiendo como ellos a Cristo, alcancemos su misma gloria

La santidad es vocación de todos. San Pablo dice: En Dios “nos ha elegido antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor” (Ef 1,4). También afirma: “porque Dios quiso que en él residiera toda la Plenitud” (Col 1,19). Esta plenitud consiste en la unión con Cristo, en tener sus actitudes. Así correspondemos a la vocación universal a la santidad. Nadie está excluido.

Dios nos hace santos, pero pide nuestra colaboración generosa: “Los seguidores de Cristo, llamados por Dios no en razón de sus obras, sino en virtud del designio y gracia divinos y justificados en el Señor Jesús, han sido hechos por el bautismo, sacramento de la fe, verdaderos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza, y, por lo mismo, realmente santos. En consecuencia, es necesario que con la ayuda de Dios conserven y perfeccionen en su vida la santificación que recibieron” (Gaudium et spes, 40).

La santidad se fundamenta en la gracia del bautismo: “Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva” (Rm 6,4). Dios respeta nuestra libertad y pide que aceptemos este don y vivamos según las exigencias del bautismo, es decir, como hijos que obedecen al Padre Dios por amor. El alma de la santidad es amor plenamente vivido. Ahora bien, Dios ha difundido ampliamente su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que nos ha sido dado; por esto el primer don y el más necesario es el amor, con el que amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo por amor a Él.

La Iglesia, durante el Año Litúrgico, nos invita a recordar a muchos santos, quienes han vivido plenamente la caridad, han sabido amar y seguir a Cristo en su vida cotidiana. Ellos nos dicen que es posible para todos recorrer este camino en todas partes, en todas las edades y en todo estado de vida.

No sólo los grandes santos son “señales en el camino”, sino también los santos sencillos que nunca serán canonizados. Son personas normales, sin un heroísmo visible, pero que viven la fe en su bondad de todos los días. Esta bondad, que han madurado en la fe de la Iglesia. En la comunión con los santos, canonizados y no canonizados, nosotros disfrutamos de su presencia y de su compañía y cultivamos la firme esperanza de poder imitar su ejemplo y compartir un día la misma vida beata, la vida eterna.

Todos estamos llamados a la santidad: abrámonos a la acción del Espíritu Santo, que transforma nuestra vida. No tengamos miedo de mirar hacia lo alto, hacia la altura de Dios; dejémonos guiar por su Palabra en todas las acciones cotidianas, aunque nos sintamos pobres y pecadores; será Él quien nos transforme según su amor.

Monseñor Luis Sánchez Armijos

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