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Cuando tenemos una gran lupa para observar constantemente las equivocaciones de nuestros hijos.

 

Actualmente vivimos en una cultura que se caracteriza por la búsqueda insaciable del éxito, no solo en lo profesional, sino también en lo personal y familiar. De aquí que podamos observar a las personas en un desgaste físico y emocional continuo por buscar ser los mejores, tener todo lo mejor y sobresalir en los diferentes campos de acción.

¿Cuándo esta idea se vuelve contraproducente en la labor educativa de un padre de familia? Cuando la maternidad o la paternidad entran en competencia con otros padres, poniendo en juego su valía personal, cuando se compara a nuestros hijos con los de los demás, cuando se quiere tener un hijo perfecto.  Pero, ¿cómo este objetivo, que probablemente solo estaría buscando lo mejor de un hijo, puede afectarlo?

Un hijo que vive bajo la lupa crítica está desarrollando creencias y tomando decisiones que influirán en su vida presente y futura.

Un hijo es un participante activo en la dinámica de relación con su familia. Este chico(a) observa, escucha, interpreta y saca sus propias conclusiones de lo que vive, todo lo que él experimente influirá en su forma de mirarse a sí mismo, a los demás y al mundo que lo rodea. Un hijo que vive bajo la lupa crítica de un padre o madre, quien solo logra resaltar y reprender sus errores, está desarrollando creencias y tomando decisiones que influirán en su vida presente y futura. Pensamientos como: “Solo seré importante y querido mientras mis resultados sean buenos y positivos”, “debo hacer las cosas bien para que mis padres se sientan orgullosos de mi”, “es imposible hacer todo bien, por lo tanto no valgo como persona”, entre otras, solo generarán ansiedad, tensión y excesiva frustración por no poder ser quienes supuestamente deberían ser.

 

La imperfección es parte de la vida

Los padres normalmente quieren cosas buenas para sus hijos, pero lo que hacemos para lograrlo ¿nos acerca o nos aleja de eso que queremos? Enseñarle a un hijo no significa solo mirar sus equivocaciones para luego ser corregidas, sino también enseñarles que somos imperfectos, que desarrollen la capacidad de rectificar ante un error, que se acepten con sus fortalezas y debilidades, que luchen por mejorar día a día, evitando la culpa y el desánimo, que solo los llevaría a enterrarse en creencias negativas sobre sí mismos y por lo tanto al fracaso continuo.

Nuestra labor debería estar centrada en dos ideas medulares:

1. No somos perfectos

2. Los errores son excelentes oportunidades de aprendizaje.

Con base en estos puntos invitaremos a que nuestros hijos sientan mayor motivación y buscarán cooperar por iniciativa propia junto a los padres en su desarrollo y crecimiento personal. Es muy probable que el objetivo ya no sea: “Quiero que mi hijo sea perfecto”, sino más bien: “Quiero que mi hijo se acepte así mismo, que se crea capaz de lograr lo que se propone y  que tenga todas las habilidades que se requieren para afrontar problemas, errores o dificultades”.

 

¿Qué podemos hacer para alentar y motivar a un hijo luego de un error?

 

1- En primera instancia, trabajen en ustedes mismos para convencerse de que no son padres perfectos y que pueden permitirse equivocaciones. Esto ayudará a que los niños aprendan estas ideas por observación y habrá una coherencia entre lo que le enseñan y lo que ellos observan.

2- Mostrar fe en la capacidad de aprendizaje que tienen sus hijos, esto los anima y los invita a creer que pueden mejorar si se lo proponen.

3- Ayudarlos a reconocer sus fortalezas y debilidades, les permitirá conocerse mejor y los animará a trabajar en sus debilidades.

4- Evitar los castigos, que solo buscan que los hijos sientan vergüenza y  culpa luego de haber cometido un error, será más beneficioso si los ayudamos a reflexionar en lo que pasó y si los invitamos a encontrar nuevas soluciones para futuras situaciones.

 

 

Por: Psic. Clí. Daniella Medina de Massúh
Master en Asesoramiento Educativo Familiar
Directora Académica de IMF

 

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