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El 26 de junio la Corte Suprema de los Estados Unidos aprobó como un derecho constitucional el llamado matrimonio entre personas del mismo sexo, a través del cual dos hombres o dos mujeres pueden casarse legalmente en todos los estados de la nación.

La Casa Blanca se iluminó con los colores del arcoíris y un sinnúmero de políticos y celebridades llenaron Internet y los diversos medios de comunicación anunciaron que se trataba de una victoria. El mismo Presidente Obama señaló que la nación ahora es “un poco más perfecta”. CBS Noticias hasta dio una conferencia sobre porqué consideran que debemos dejar de calificarlo como “matrimonio gay” y referirnos a ello como “matrimonio”, como si no hubiese ninguna diferencia entre las relaciones y pactos heterosexuales y homosexuales. 

Al ver y escuchar todo esto, es de suponer que la Corte Suprema ha resuelto todo el problema, pero la verdad es que ese no es el caso. Al igual que Roe vs. Wade nunca resolvió el tema del aborto. Cuarenta y dos años después nadie puede negar que la batalla contra el aborto aún continúa encendida. ¿Por qué? Porque la verdad no va a desaparecer. Nuevamente la Corte Suprema está equivocada, y las implicaciones de esta decisión tendrán largo alcance y efectos preocupantes, sobre todo por la libertad religiosa, la familia y el bienestar de los niños de la nación.

Debemos formarnos y entender mejor la belleza del verdadero matrimonio para poder vivirlo cristianamente y dar testimonio a otros con nuestra propia vida.

Así, mientras la gente comienza a hacer filas para obtener licencias de matrimonio y celebrar esto, por otro lado nuestros obispos lo han denominado como un “trágico error”. Entonces ¿Cuál es nuestra respuesta coherente como católicos? Al pensar en ello, tres cosas vienen a mi mente:

Aprender lo que realmente es el matrimonio

A pesar de lo que la Corte Suprema y la opinión pública puedan decretar, la Iglesia Católica, como es su deber, repite lo que es una verdad objetiva e inalterable, explicada en el Código de Derecho Canónico y el Catecismo: 

«La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados» (CIC can. 1055, §1).

La unión de un hombre y una mujer, abierta a la vida de los niños y dispuesta a la crianza de estos, son aspectos esenciales del matrimonio. Por eso, llamar a cualquier cosa matrimonio es una falsedad. Como alguna vez escuché a alguien decir, es como declarar que un círculo es ahora un cuadrado, no tiene sentido. Debemos formarnos y entender mejor la belleza del verdadero matrimonio para poder vivirlo cristianamente y dar testimonio a otros con nuestra propia vida.

Estamos llamados a defender la verdad

Defender la verdad en conversaciones con familiares y amigos sobre este tema. 

La gente ha estado dispuesta a defender la verdad, incluso con su vida, a lo largo de la historia de la Iglesia. Santo Tomás Moro es un gran modelo de esto. Fue decapitado en Inglaterra por defender la fidelidad y primacía del Papa como líder de la Iglesia y la indisolubilidad del Matrimonio ante el Rey Enrique VIII. Creo que lo menos que podemos hacer es defender la verdad en conversaciones con familiares y amigos sobre este tema. Debemos ser la “Sal y Luz” en el mundo, mostrando al mundo la belleza del verdadero matrimonio sobre la fealdad del pecado.

Vivir llenos de esperanza y alegría

Reflexionemos sobre las palabras de San Juan Apóstol: “Porque todo lo que hay en el mundo —los deseos de la carne, la codicia de los ojos y la ostentación de la riqueza— no viene del Padre, sino del mundo. Pero el mundo pasa, y con él, sus deseos. En cambio, el que cumple la voluntad de Dios permanece eternamente” (1Juan 2,16-17). Y en las hermosas palabras de Santa Teresa de Jesús “Nada te turbe, nada te espante, todo pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta. ¡Sólo Dios basta!” 

La decisión de la Corte es decepcionante, pero no sorprendente. Las cosas se pueden poner mucho más difíciles para las personas de fe, y sus efectos se observarán en los años por venir. Pero, una cosa es cierta, esto no resolverá el problema. Respondamos, en primer lugar aprendiendo sobre la riqueza del verdadero matrimonio; en segundo lugar, defendiendo la verdad; y por último, viviendo llenos de alegría y esperanza, arraigados en Cristo. Después de todo, nada respaldará mejor nuestras palabras y enseñanzas sobre el matrimonio que las parejas casadas, santa y felizmente. 

Quiero afirmar la dignidad humana y el valor de todas las personas homosexuales. Al igual que cualquiera de nosotros, son amados profundamente por Dios y deben ser respetados como nuestros hermanos y hermanas en Cristo. La discriminación injusta contra ellos, vomitar odio hacia estas personas e incluso juzgar su culpa ante los ojos de Dios, es totalmente incompatible con la vida cristiana.

¿Pero qué quiere decir buscar a Dios? Acercarnos a Él con corazón arrepentido, con dolor por nuestros pecados y esforzándonos cada día en luchar con paso firme contra ellos, ayudados siempre por su Gracia. De esta forma, el pecador arrepentido es perdonado, sea cual sea su pecado, porque Dios siempre perdona, pero nosotros debemos acercarnos con un propósito de cambio y buscando ese perdón que nos ha sido dado. Precisamente por esto, Jesús al rescatar, amar, no condenar y perdonar a la adúltera la despide, no sin antes decirle «Vete y no peques más». Recordemos que todos somos pecadores, sin excepción. 

Sin embargo, lo que no debemos hacer es aprobarnos y animarnos unos a otros a pecar, llevando a otros hacia acciones pecaminosas y tentaciones, promoviéndolas y peor aún, institucionalizándolas. 

 

Vía Píldoras de Fe

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