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Nos angustia la pérdida, la enfermedad, la ausencia.

Esta semana no pude dejar de pensar en la vulnerabilidad. Tuvimos en La Argentina un efecto meteorológico brutal que dejó a una población entera afectada, perdidas materiales incalculables y sobre todo, pérdida de vidas humanas. Esto ya había ocurrido hace un tiempo en España y seguramente en tantos otros lugares de los que no tenemos noticias.

Pasa, de un momento a otro estamos ahí, simplemente siendo, con nuestras vidas y preocupaciones y de golpe somos vulnerables. Nos pasaron cosas terribles y no sabemos ni cómo respirar. Y claro, una cosa es que te pase a los 20 y otra muy distinta es cuando te pasa en la segunda mitad.

Fundamentalmente, hay una falta de paciencia con el devenir de las cosas que parece más notable, y un cansancio. Un gran cansancio. Pero de todos los escollos, el peor de todos es que, por una cuestión de práctica y de enseñanzas varias, a nuestra extensa generación de nuevas longevidades no nos enseñaron a ser vulnerables, ni nos enseñaron demasiado a pedir ayuda, no sabemos cómo y no nos gusta. digámoslo todo.

Es decir, nos cuesta la falta. El agujero, el tener que pedir. Y al mismo tiempo nos angustia sentirnos mal. Nos angustia la pérdida, la enfermedad, la ausencia. Pero no nos permitimos el psicólogo, ni el psiquiatra y a veces, ni siquiera nos permitimos la medicación que nos dan los médicos. No nos permitimos parar la rutina «para que no se note», ni nos permitimos decirles a nuestros hijos que no podemos.

Imagínense esas personas que de un día al otro perdieron todo. Que son grandes y tienen que empezar de nuevo. A los que se les naufragaron años de ahorro, de recuerdos, de vivencias. Y de golpe toca intentar de nuevo; imagínense la necesidad de plasticidad de una generación que gusta demasiado de la estabilidad.

Por eso, y porque cada cosa es siempre un aprendizaje, no dejemos de tener presente esto: la vida es un momento. Un momento que cambia y que nos guste o no, nos pide adaptación, flexibilidad, paciencia y humildad. No, no somos grandes como sinónimos de todo poderoso. Somos grandes como sinónimo de experiencia. Y solo eso, ya debería darnos el faro en el camino de la humildad.

Diego Bernardini/ lasegundamitad.org

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