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Compartimos contigo cuatro consejos para confiar plenamente en Dios (y desconfiar sanamente de nosotros).

¿Cuántas veces nos ha costado servir cuando estamos enojados o cansados? Claro está que en esos momentos de turbación, cuando nuestras limitaciones nos superan, no podemos hacer nada por nosotros mismos, tenemos que pedir la fuerza y la gracia de Dios… pero muchas veces nos cuesta confiar en Él.

Ya Lorenzo Scupoli, un sacerdote de la Orden de Clérigos Regulares Teatianos, en siglo XVI, ayudado por la sabiduría divina escribió uno de los libros más importantes para vida del cristiano: «El combate espiritual». Con esta arma contra la concupiscencia, san Francisco de Sales se preparó en el camino a la santidad. Así como él, es necesario que nosotros tomemos las herramientas para lograr perseverancia en la peregrinación al Cielo.

En esta senda de vida es vital la sana desconfianza en nosotros mismos para alcanzar la gracia de Dios y crecer en confianza en Él. El pecado, como conocemos, nos aleja de Dios impidiéndonos vivir el amor. Scupoli, en el Capítulo II de su libro nos sugiere 4 medios que queremos presentarte ahora. Las citas que usaremos son tomadas de su libro.

 

 

¿Cómo es una sana desconfianza?

Jesús nos decía que «nadie puede ir a Él si el Padre no se lo concede» (Jn 6, 65). Por nuestra cuenta no podemos ir al Cielo. Es la misericordia de Dios la que nos dirige hacia Él. Como niños debemos dejarnos dirigir por sus pasos y de su mano luchar con las tentaciones.

Cada vez, con más insistencia, el demonio, busca que creamos en nosotros mismos, en nuestras fuerzas, en nuestro intelecto, en nuestros buenos actos. Esto nos lleva poco a poco, en silencio, a considerarnos autosuficientes, sin necesitar del don divino. Estemos atentos a nuestra nada.

Pedirle al Señor sus dones

Es necesario que clamemos al Cielo pidiendo el don de poder desconfiar sanamente de nosotros mismos y considerar nuestra nada. De esta forma podremos abandonarnos al Padre y hacer lo que Él desea. Cabe señalar que la espera es necesaria.

No sabemos el tiempo en el que el Señor nos dará la gracia que le pedimos. Solo nos queda seguir implorando, y cuando menos lo esperemos, la gracia actuará para gloria de Dios.

«Tenemos que convencernos de que no hay virtud, ni cualidad, ni buen proceder en nosotros, que no proceda de la bondad y misericordia de Dios, porque nosotros mismos, como dice san Pablo, ni siquiera podemos decir por propia cuenta que Jesús es Dios. “Toda nuestra capacidad viene de Dios. Pues Dios es el que obra en nosotros el querer y el obrar” (Flp 2, 13). Por nuestras solas fuerzas lo que somos capaces de producir es: maldad, imperfección y pecado».

 

 

Desconfianza en nuestras propias fuerzas

El pensamiento puede engañarnos. Creyendo que somos humildes, podemos ser los más soberbios; creyendo amar, podemos ser manipuladores; nuestra inclinación a las pasiones desordenadas puede engañarnos y nos puede llevar a la impureza; la simple frecuente preocupación por el trabajo, puede llevarnos a pensar que es indispensable hasta que ocupa el lugar de Dios.

Es bueno que desconfiemos un poco de nosotros mismos (una sana desconfianza), ya decía San Felipe Neri: «agárrame, Señor, que te traiciono peor que Judas».

«(…) Acostumbrarse poco a poco a no fiarse de las propias fuerzas para lograr mantener el alma sin pecado, y a sentir verdadero temor acerca de las trampas que nos van a presentar nuestras malas inclinaciones que tienden siempre hacia el pecado; a recordar que son innumerables los enemigos que se oponen a que consigamos la perfección, los cuales son incomparablemente más astutos y fuertes que nosotros y aún logran hacer lo que ya temía san Pablo: “Se transforman en ángeles de luz, para engañarnos” (1Co 11, 14) y con apariencia de que nos están guiando hacia el cielo, nos ponen trampas contra nuestra salvación».

Nuestras caídas tienen un sentido

El Señor, permitiendo las caídas, nos da oportunidad de conocernos, de ver con conciencia la limitación que se guarda en el corazón. De esta manera, con más conocimiento de quienes somos y humillándonos de corazón ante Dios, Él nos mostrará su gracia para no caer en las tentaciones.

Espero que en esta breve reflexión hayas podido acercarte a Dios a modo de oración. Permite que su gracia actué en ti. Que María, nuestra madre, interceda y sirva de ejemplo constante para el seguimiento de Cristo.

¿Qué otras ideas se te ocurren acerca de este tema de confiar verdaderamente en Dios?

 

 

Escrito por: Cristhian Moreno Susniar, vía Catholic-Link.

 

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