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¿Cómo le voy a decir esto sin que se irrite? ¿Cómo hago para que no pierda la paciencia? Entonces: ¿Cómo corregir a mi cónyuge?

¡Siempre que le toco el tema es motivo de discusión! Mejor ni lo menciono, seguro nos ponemos a pelear. ¡Ya no aguanto más decirle siempre lo mismo! Seguramente, si llevas ya algún tiempo viviendo una relación conyugal, te has hecho alguna de estas afirmaciones o preguntas.

Tres palabras “mágicas”: ¿qué? ¿cómo? ¿cuándo?

Si la motivación es el amor y respeto, siempre, antes de cualquier corrección, deberíamos preguntarnos: ¿Qué es lo que le quiero corregir a mi cónyuge? ¿Cómo se lo voy a decir a mi cónyuge? ¿Cuándo le quiero tocar el asunto a mi cónyuge?

 

 

¿Qué?

Suele suceder que, por la impaciencia, la rabia y otras razones, no pensamos bien lo que realmente nos incomoda. A la hora de la corrección, terminamos diciendo tantas cosas, que, finalmente, no hay claridad. En vez de hacer las cosas sencillas, la situación puede complicarse y se genera más división.

¿Cómo?

Esta es, seguramente, la más importante de las tres. La manera de corregir debe ser con cariño, con respeto, reverencia. Con mucha prudencia y tacto. Los esposos – normalmente – se conocen bien. Saben sus defectos y susceptibilidades. Por lo tanto, hagamos un esfuerzo para que la corrección sea con amabilidad, sin juicios discriminatorios, señalando los errores cual si fuésemos jueces en un tribunal.

¿Cuándo?

Finalmente, sabemos muy bien que hay momentos que mejor ni tocamos el tema. Que no se les ocurra hacer una corrección cuando el otro llega de un día largo de trabajo, cansado, fastidiado, con esa cara de aburrido… no existe la “ocasión ideal”, pero busquemos la tranquilidad, el ambiente y la disposición personal de ambos para que se puedan acoger con más facilidad las correcciones.

 

 

Algunos consejos

Es necesario conocer y aplicar:

Siempre perdonar

Buscar ese “qué, cómo, cuándo” lo antes posible. Los problemas suelen acumularse. Es como esa típica lista de pendientes, que nunca encontramos el momento para resolver.

Juicio por misericordia

Los hechos siempre deben ser juzgados. No suele ser difícil saber cuando algo está mal; pero con la persona, siempre debemos ser misericordiosos. Acordémonos la respuesta de Jesús a Pedro: “Hasta setenta veces siete”.

Desterrar los “paños tibios”

Los problemas deben siempre ser enfrentados. Cuanto más demoramos en resolver los problemas, se van acumulando y sucede el fenómeno conocido como la “olla de presión”. Al final, uno de los dos termina reventando.

Escuchar y acoger

Hay una norma universal para las correcciones: acoger con silencio hasta el final. Si de buenas a primeras queremos decir algo, suele ser en defensa propia, y terminamos por no comprender nada. La sana actitud es, incluso, preguntar para comprender mejor la corrección.

“Dar el brazo a torcer”

Si empezamos la corrección con la actitud de “yo tengo siempre la razón”, o “vamos a ver quién gana la pelea”, entonces no se llega a ningún lado. Siempre es necesario que uno de los dos, humildemente, baje un poco la cabeza y escuche.

 

 

Una “correcta” tolerancia

Tolerar no significa que cada uno tiene el “derecho” a pensar como le parece mejor y punto. La opinión de cada uno, efectivamente, merece respeto. Sin embargo, la tolerancia implica, también, la búsqueda de la Verdad.

Amor y no rencor

Las correcciones siempre deben brotar de un corazón que ama. Si percibes que lo que te está moviendo en ese momento es tu impaciencia o, quizás, una amargura, mejor rézalo y corrige en otro momento.

Humildad para pedir ayuda

Hay veces que la relación necesita el auxilio de un tercero. Hay situaciones que, efectivamente, son complicadas. Aún más, si son problemas que se vienen acumulando por años, porque no se resolvieron en su debido momento.
Lo más importante: el Amor de Dios

“Familia que reza unida, permanece unida”. Le encantaba decir a nuestro querido santo Juan Pablo II. Así que ¡ánimo! Cultivemos la oración en familia, y pidamos siempre que Dios fortalezca la relación con su Amor divino, para que la relación conyugal siempre se nutra de la savia divina de la Santísima Trinidad.

 

 

Escrito por: Pablo Perazzo, Máster en Educación.

 

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