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Perdonar, aunque es difícil, es factible. Hagámoslo desde el corazón… en esta Navidad.

Para nosotros cristianos, a veces nos resulta difícil elegir entre la Navidad y la Pascua. Definitivamente, cada una tiene su propia razón de ser, pero las dos forman un solo misterio: Jesucristo, nuestro Señor.

Lo hermoso de la Navidad es que –por lo menos, así lo entiendo yo– Jesucristo se presenta como ese regalo hermoso que todos podemos recibir y acoger en el corazón. ¿Qué más podemos querer? ¡Dios hecho hombre! ¡Lo Eterno que se hace finito! ¡El Todopoderoso que se hace pequeñito como un bebé!

 

 

Qué fácil es perder de vista lo esencial

Es triste como para muchos, la Navidad se convierte en una fiesta del consumismo, en la que se entiende que, prácticamente, estamos obligados a comprar “de lo bueno y lo mejor” para satisfacer los gustos de la familia y los mejores amigos. Por no decir la Cena de Noche Buena.

El estrés de las compras, las colas en los centros comerciales, el tráfico que se vuelve imposible, etc. Se mezcla todo eso con el ritmo frenético del trabajo, en el que debemos presentar cuentas, terminar proyectos; los chicos están con sus exámenes finales y tantas cosas que nos hacen olvidar y nos quitan el foco de lo esencial: el Nacimiento del Niño Jesús.

 

 

La pandemia nos ha señalado lo bueno y lo malo

Nuestra vida tiene, definitivamente, muchas más cosas maravillosas que difíciles o complicadas. Es natural y comprensible que solo nos fijemos en las malas o difíciles, pues estamos “hechos” para fijarnos en los peligros que nos acechan y poder así protegernos y sobrevivir. Para esto tenemos una hormona que se llama “cortisol”, que nos pone con los músculos tensos, los sentidos agudos y una actitud de tensión para poder reaccionar con fuerza y rapidez.

El problema es cuando eso se convierte en un modus constante de vida. Por supuesto, este tiempo de pandemia nos ha proporcionado varios motivos para estar preocupados. Sin embargo, no es el momento para detenernos en esta reflexión sobre nuestra capacidad y manejo del estrés cotidiano.

 

 

Jesús: el regalo más preciado

Lo que sí deseo compartir con ustedes: jóvenes, adultos, matrimonios, familias o hasta colegas de trabajo, es algo que a todos nos ha tocado a lo largo de todo este tiempo. Las discusiones, peleas más o menos acaloradas, desacuerdos, tensiones y situaciones límites. Es mentiroso si alguien dice que no las ha tenido. Si, normalmente, eso es algo que nos pasa a todos… imagínate, o, mejor dicho, fíjate estos dos años que han pasado.

Por ello quiero reflexionar un ratito sobre uno de los regalos más hermosos que nos trae ese Niño Jesús en la Navidad: el perdón. Por supuesto, hablar del perdón es algo que lo relacionamos más con la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Porque reconocemos que en su Pascua nos ha redimido de nuestros pecados. Sin embargo, como decía anteriormente, toda la vida de Jesús es un solo y gran Misterio. Por ello, cuando Dios se hace hombre, ya estamos siendo testigos de la Reconciliación que Dios obra con la humanidad. En Cristo, Dios vuelve a unir lo que se había roto por culpa del pecado. La desunión pecaminosa se perdona, y Dios vuelve a vivir la comunión de amor con nosotros.

 

 

El perdón es una manifestación concreta del amor

Pensemos, ahora, un poco en nosotros. Nuestras vidas. Nuestras familias. Nuestra relación con los amigos del trabajo. Esos con quienes pasamos muchas horas del día, y son – salvando las grandes diferencias – como una segunda familia. ¿Cómo ha sido nuestra relación con ellos? ¿Cómo nos hemos comportado? ¿Nos hemos herido o sido ocasión de tristeza? ¿Nos hemos peleado o llegado a situaciones de conflicto innecesarias? Son preguntas que, aunque no nos guste hacer, debemos ser conscientes, si es que – de verdad – queremos perdonarnos entre nosotros. Y vaya que no es algo fácil de vivir.

Perdonar alguien que nos hizo, o nos hace daño no es fácil. Lo digo en carne propia. Es más, recordemos que el Señor nos pide que nunca devolvamos el mal con mal. Sino siempre con Amor. El mal se combate con la fuerza del Amor. Por ello, si hemos tenido situaciones así de complicadas, que generaron, o todavía son causa de división adentro de nuestra familia o con nuestros colegas del trabajo, aprendamos de Cristo a vivir el perdón.

¿Qué aprendemos de Jesús cuando lo vemos en esta Navidad? ¿Qué nos enseña Cristo? Creo que varias cosas. Sin embargo, me quiero detener, nada más, en dos principales.

Primero, la humildad del pesebre. El Rey de reyes no nace en un castillo, sino en la pobreza y rodeado de animales. Como es importante la humildad para acercarnos a quienes nos han hecho daño. Mientras más vanidosos o soberbios seamos, más difícil es aceptar las dificultades de los demás en nuestras vidas. Además, ¿cuántas veces nosotros mismos herimos a los demás?

En segundo lugar, la sencillez. ¡Cuánto podemos aprender acerca de la sencillez cómo y dónde nace el Señor? Si fuéramos tan solo un poquito sencillos como Jesús. Cuántos problemas nos ahorraríamos si no buscáramos tanto el lujo y las comodidades, creyendo que por nuestra importancia merecemos esas gollerías, que muchas veces son superfluas. Y por ello nos enfocamos tanto en los elogios y aplausos, que cuando nos toca alguna corrección fraterna, nos nace un resentimiento en el corazón: “¿Quién se cree “fulano” para hablarme así?”, solemos pensar cuando alguien nos quiere ayudar, denunciando fraternalmente algo que debemos cambiar. Y sí la corrección no es perfecta en la forma, sepamos perdonar con sencillez.

¡Que regalo más hermoso podemos dar a nuestros familiares y amigos del trabajo en esta Navidad! El perdón. Y como nos dice el Señor: hasta setenta veces siete. Ese perdón es camino seguro para que aprendamos a amar, y así, seamos realmente felices.

 

 

Escrito por: Pablo Perazzo, Máster en Educación. IG: proyectofelicitas

 

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