El ser humano: ¿una biología tecnológica? (PARTE I). Te invitamos a leer y compartir este interesante artículo.
Como lo demuestran los hechos, el ser humano ejerce un dominio significativo sobre el mundo.
Este dominio se manifiesta en que no existe, ni ha existido, un mundo natural realmente, sino un mundo intervenido intencionalmente por el ser humano, es decir un mundo cultural donde el hombre muestra que tiene la capacidad de conocer las cosas como realidades objetivas y de intervenir eficazmente en ellas, utilizando la perfecta combinación de cerebro y manos para prolongar o modificar las propias realidades.
Mientras que la naturaleza física se equilibra dada las fuerzas propias del entorno y en el medio ambiente animal se logra una estabilidad entre necesidad e instinto, en el mundo humano se evidencia una distinta dialéctica a través del trabajo del hombre, gracias al cual se “proyectan” objetos de uso y objetos culturales que conforman su mundo propio objetivo.
Se revela entonces el sujeto humano como un ser propiamente laborioso y dinámico, su “biología es tecnológica” y lo dirige a hacer “instrumentos con instrumentos” que conforman todo su entorno cultural. Lo hace a través de instrumentos que son productos diferentes a él a través de los cuales tiene la posibilidad, muchas veces remota, de asociar su actividad a una serie indefinida de objetos. De esta manera queda multifacéticamente potenciada la operación del hombre.
Todo el avance tecnológico-cibernético es fruto de una dinámica de elaboraciones que asocia los productos técnicos en sistemas abiertos o multifacéticos en los que se perfilan complicadas relaciones de mutua dependencia entre las posibilidades de acción y sus debidas exigencias y prescripciones de las rutas éticas que se deben seguir.
Bajo esta perspectiva aflora el conflicto humanismo-técnica. Cuando la acción del hombre concreto queda desplazada por el proceso objetivo de una tecnología eficaz garantizada por el prestigio de la ciencia positiva o empírico-experimental que parece obnubilar las decisiones de índole colectiva. Las hace correr el riesgo de priorizar el orden de los medios; marginando el ámbito de los fines por considerarlo “problemático e inaccesible”.
Ahí emerge el conflicto, cuando por una denominada “reverencia”, según Del Barco, el hombre cede terreno a la ciencia empírico- experimental y a su aplicación tecnológica postergando el análisis y valoración ética de la finalidad de la obra y de la aplicación científica; cuando se le permite a la ciencia positiva salirse de sus andariveles de ciencia particular y deslizarse por los caminos de la totalidad propios del quehacer filosófico que señala, entre otros aspectos, el carácter teleológico del hombre, de su mundo y de su fin último trascendente
También surge conflicto a partir de dejar espacio a una reacción timorata pues se puede pensar que más temprano que tarde su poder desmedido se nos escapará de las manos. Ciertos indicadores nos hacen pensar que el control ya se nos está escapando al comprobar por ejemplo la elevada densidad de aire impuro en las urbes repletas de automóviles; el amplio espectro del internet que coloca a todo el universo en manos de todos, incluyendo en ese todos a una juventud, biológicamente aún en formación, que escapa a los lineamientos de la educación; los llamados “juegos onanistas” que han relegado el ejercicio de la sociabilización a través de lo lúdico; los daños ambientales ocasionados por la irrupción desmedida de la industria que hace suponer la ruina del planeta; y por último la aplicación en la procreación que nos hace más temer que anhelar la era de “hombres a la carta”.
Es como si la técnica fuera el hijo rebelde que se coloca en contra de su padre. Esta insubordinación asusta.
Sin embargo, aunque este llamado conflicto tenga rasgos de malentendida reverencia o actitud temerosa en el fondo representa una ignorancia. Por un lado, de las raíces ontológicas y éticas del ser humano y, por otra parte, de una deficiente filosofía de la ciencia y de la técnica. Esta referida actitud desconoce que la relación entre el hombre y la técnica no es contingente, es una relación necesaria, inherente al ser del hombre, a su constitución física, psicológica y social, es más, la técnica es su forma propia de vida, lo habilita para producir sin límite gracias a la perfecta combinación de cerebro-manos e inteligencia, combinación con la que logra vencer el asedio de una naturaleza que no presenta abundancia sino escasez.
Es preciso puntualizar además que esta propiedad tecnológica le viene al hombre dada su
sustancial racionalidad que le permitió, incluso evolutivamente, la adaptación cultural sin la
cual nuestro proceso de hominización habría sido imposible.
¿Qué es entonces lo que hace falta para llevar una convivencia confiada con la tecnología?
Ensayemos nuestras respuestas.
Reflexión basada en: Del Barco Collazos, JL, (2009). La índole tecnológica del ser
humano. Cuadernos de Bioética, XX (1), 11 20. https://www.redalyc.org/pdf/875/87512350001.pdf
Escrito por: Dra. Jeannette Robles de Valencia, Prof. Instituto Patris Corde. Miembro activo del Grupo Arquidiocesano San Lucas, Arquidiócesis de Guayaquil.
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