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No hablamos de una queja normal por un maltrato real de cualquier tipo, ni de la búsqueda razonable de justicia ante una injusticia evidente. Hablamos de una distorsión, la mentalidad de la queja, un hábito tóxico que tiene mucho que ver con la ilusión de omnipotencia, y de impotencia también.

La mentalidad de la queja brota de un malentendido bastante común, según el cual la persona piensa que tiene derecho a un trato especial y que por lo tanto las circunstancias adversas de la vida son algo así como una injusticia para con ella. Podemos decir que se trata de una concentración en las circunstancias, es decir en los hechos que nos circundan, hechos de los que no somos responsables directos. Y, como es una concentración en las circunstancias, es al mismo tiempo un descuido de nuestros actos y nuestra responsabilidad.

Cuando la mentalidad quejosa se instala, la persona olvida que las circunstancias son ocasión, nunca causa de nuestras reacciones y mucho menos de nuestras acciones.

Todo hecho externo es una invitación a reaccionar de una u otra manera, pero el motor de la reacción o acción de la persona es siempre su decisión, nunca la circunstancia. La decisión es un ejercicio libre de la inteligencia y la voluntad, inmediato en el caso de la acción, mediato en el caso de la reacción.

En la acción decimos que la decisión es un ejercicio inmediato porque la primera es el resultado directo, consciente y querido de ver la realidad, decidir y querer actuar. Cuando se realiza una acción, el ver y el querer se reflejan de manera inmediata en el estado emocional.

En el caso de la reacción el ejercicio de decidir es mediato porque la primera es la expresión de un hábito adquirido y permanente, no de una decisión consciente. La reacción ocurre de forma inversa a la acción: el estado emocional e inconsciente precede a la inteligencia y la voluntad. Las dos últimas justifican o rechazan la reacción según la bondad o verdad que ésta exprese.

La velocidad de la reacción es inversamente proporcional a la acción. De hecho, la reacción es mucho más veloz porque no requiere reflexión. Por eso es que la virtud, al ser un hábito, genera reacciones de las que después no hay que arrepentirse mientras que en el vicio es al revés.

 

Vía: Roncuaz

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