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Si te ofendes demasiado, con todo y con todos, lee esto.

Durante nuestros días, pasaremos por varias situaciones, que nos agradarán o nos dejarán irritados, heridos, o incluso ofendidos. Primero que nada, nadie tiene la obligación de agradar a nadie, a no ser que esté realizando algún tipo de servicio, o esté en una relación afectiva, por ejemplo.

Tenemos la obligación de ser cordiales sin sobrepasar la dignidad ajena; sin embargo, nadie tiene que gustar o estar de acuerdo, basta mantener el respeto entre las partes.

Aún así, existen personas que parecen necesitar de mimos por parte de todos, como si todos tuvieran la obligación de medir las palabras, el tono de voz, el lenguaje que sea, al comunicarse con ellas.

Y, de este modo, tenemos que ir como pisando huevos con ellas sobre cualquier asunto, ya que todo lo que no les agrada suena a ofensa personal, grosería, persecución.

El centro del universo

Generalmente, quien se ofende demasiado, con todo y con todos, es aquel tipo de persona que piensa que es el centro del universo, que es la causa y la consecuencia de las acciones de quienquiera que sea, como si todo el mundo actuase pensando en ella.

Estos individuos entrevén indirectas incluso con un simple “buenos días”, pues, en su mente egoísta, lo que sucede en el universo conspira contra ellos. Qué bien si pudieran tomar conciencia de lo siguiente: ¡a nadie le importa realmente!

Porque pocos nos recordarán o realmente se preocuparán por nosotros, y casi nadie estará de nuestro lado si no tenemos nada que ofrecer cuando necesitemos recibir.

El día a día caótico y acelerado nos impide actuar según con lo que fulano o mengano pensarán al respecto, de articular nuestras actitudes para llegar a los demás. La gran mayoría de las personas actúa conforme a aquello que tiene dentro de sí y tiene como objetivo algo que nada tiene que ver con los demás.

Aunque existan quienes tienen placer en provocar a cualquiera que se les cruce en el camino, son pocos, en comparación con la mayoría de nosotros, que sigue la vida cumpliendo las obligaciones y buscando la felicidad.

Sentirse ofendido por la maldad ajena es saludable y útil para defenderse, sin embargo, sentirse ofendido con cualquier palabra que se diga, incluso por parte de aquellos que ni siquiera saben que existimos, está fuera de lugar y es incoherente.

Una pena que quien actúa de esa forma difícilmente revisará sus conceptos. Una pena realmente.

 

Vía Aleteia, por resilienciamag.com

Foto de portada: icons8.

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