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Regañar con cariño suena contradictoria, pero es posible que los padres y maestros puedan hacerlo sin usar la violencia.

¿Regañar de manera cariñosa? ¿Corregir sin agresividad? Ya a inicios del siglo 20 se podrían ver, en contadas ocasiones, los inicio de la forma pedagógica que proponen actualmente muchos educadores: poner límites correctivos sin dejar de demostrar afecto y amor.

Una anécdota personal lo demuestra: mi abuelo compartía la manera tan cariñosa en que su padre lo corregía y le hacía ver los errores que estaba cometiendo. En vez de gritar o enojarse, lo llamaba en privado, a su pequeña oficina, y comenzaba por preguntarle si se había dado cuenta de que había hecho mal; luego de escuchar con atención, preguntaba los motivos de esa acción. Si era necesario, daba un sermón, unas cuantas palabras correctivas o hasta un coscorrón, pero con mucho cariño. Con ello, mi abuelo comprendía perfectamente el mensaje y, de verdad, trataba de cambiar su comportamiento.

Sin embargo, tanto en los viejos tiempos como en el presente, la agresividad y la violencia a la hora de corregir a los alumnos o a los hijos sigue siendo un recurso muy común. Claro que inhibe los malos comportamientos y provoca un sentimiento de corrección, pues el niño no desea recibir de nuevo el castigo; pero no alimenta una mayor consciencia de respeto a sí mismo y a los demás.

 

 

Afecto y disciplina deben ir juntos (regañar con amor)

Saber combinar el afecto con la disciplina es una gran estrategia para una efectiva crianza de los hijos. La clave está en que, de hacerlo así, los hijos crecerán mucho mejor, en un ambiente en donde se sientan más amados y seguros, en un hogar en el que no vivan miedo ni violencia.

Crear un vínculo de confianza con ellos y generar un diálogo mucho más natural y fluido es un arte; y el miedo al castigo y a los regaños, no lo fomentan de una manera positiva.

Mostrar cariño al momento de hacer ver los límites o de corregir las malas conductas, trasmite un aire de comprensión y empatía, pues permite que los niños vean que se han equivocado, y además, comprenden que eso no quita que se les siga queriendo tanto y, a la par, promueve que también ellos sean más amables y compasivos con los demás cuando reciben malos tratos. En pocas palabras, enseñamos el «te trato como quiero que me trates»: la regla de oro en las relaciones humanas.

Construir su autoestima

Está muy claro que es posible sembrar cariño, con elegancia y dulzura, incluso en los momentos más difíciles, o en aquellos en que hay que poner un límite obligado o hacer ver un comportamiento inadecuado. Esto fomentará una mayor autoestima y los hará sentir valorados y muy comprendidos, a pesar de los errores que han cometido y que se les han señalado.

Una buena autoestima los va a ayudar a que tomen mejores decisiones y construyan una mayor confianza en sí mismos que, a su vez, les permitirá enfrentar los múltiples desafíos de la vida con mejor fortaleza y resiliencia.

Lo que buscamos los padres de familia y educadores, es que cambien su comportamientos, pero que nunca se dejen de sentir amados y comprendidos, porque así van a seguir con mayor convicción las reglas y cumplir adecuadamente con sus tareas y compromisos, en un ambiente de cooperación con los demás.

Sí es muy importante que les pongamos reglas y límites muy claros -ellos deben saber lo que se espera de su comportamiento- pero no a costa de tener miedo y de sentirse forzados por el temor al enojo y al regaño de sus padres.

Hacerlos sentir amados incondicionalmente

Para ello, también es muy bueno dar recompensas positivas y conductas de aprobación y elogio, con manifestaciones directas de abrazos y muestras de afecto, que reflejen que estás muy contento con lo bien que lo están haciendo. Eso evita que les grites o les muestres caras de enojo y coraje en una desaprobación negativa que puede llegar a que pierdas la paciencia y salga tu impulsividad y conductas agresivas.

La verdadera consigna es siempre manifestar que los quieres mucho, que los amas aunque cometan errores, que los vas a ayudar a corregirlos sin hacerlos sentir que si se portan mal ya no los vas querer, o incluso confirmarles ese sentimiento con desprecio y al alejarlos de ti con el silencio.

Desde luego que a los adultos nos exige más paciencia y una buena dosis de control y tolerancia; pero al final de todo, el resultado es magnífico. Sobre todo cuando sabemos que corregir es un momento grandioso para hablar tranquilos, en privado y mostrando sabiduría y control.

Al final del día, tú -como padre- eres quien mejor educa a tus hijos. Les puede leer un cuento antes de dormir y llevar una relación de cariño hasta que él se sienta pleno y con confianza de que en realidad lo amas, a pesar de que en ocasiones se porte mal.

 

 

Escrito por: Guillermo Dellamary, vía Aleteia.

 

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