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¿Tu familia ocupa el lugar central en tu vida? Si la respuesta es un largo silencio… este artículo es ideal para ti.

Esta expresión es un principio que rige la vida de muchas personas. También se la escucha constantemente como una exhortación a pensar en la familia como el espacio exclusivo de formación de valores o para responsabilizarla por problemas sociales.

Hay un consenso tanto científico, como normativo, religioso y social que reconoce a la familia como la instancia central en la vida de los seres humanos y la que nos acompañará más significativamente, para bien o para mal, a lo largo de la existencia. Sin embargo, pese a este consenso, no siempre hemos podido acompañar a la familia a cumplir sus tareas de la mejor manera.

 

 

Miradas respecto a la familia

En múltiples frentes: educación, servicios médicos o terapéuticos de diferentes tipos, ha predominado una mirada reduccionista (centrada sólo en atender el problema presentado por uno de sus individuos) o centrada en el déficit (atiende el problema, no genera competencias) para atender las eventualidades y desafíos que los diferentes miembros de la familia pudiesen enfrentar.

Basado en ello, los servicios que se ofertan usualmente centran su atención en el malestar individual, sin dotar de capacidades a los padres o cuidadores principales. Es así que predominan en el medio las terapias dirigidas a los niños en diferentes áreas del desarrollo, sin participación de los padres con el argumento que el niño se comportará mal en presencia de los padres.

En contraparte con esta mirada profesional, hay un fuerte movimiento a nivel internacional tanto de la academia como de asociaciones de padres de familia para la adopción del planteamiento de poner a la familia en el centro, bajo la denominación de Prácticas Centradas en la Familia.

Esta consigna se concibe como una filosofía o un paradigma, que exige una mirada sistémica del desarrollo humano y el replanteamiento total de la organización y modalidad de los servicios. Algunos académicos lo asemejan con la revolución que provocó Copérnico en el el siglo XVI, al señalar que el sol está en el centro del universo y es la tierra la que gira, rompiendo las comprensiones de lo que hasta ese momento se entendía como universo (Bamm & Rosenbaum, 2008).

 

 

La familia como eje

Colocar a la familia en el eje de los servicios y políticas en el campo de la inclusión, salud, educación, conlleva reconocer las incidencias que tiene en todo el sistema familiar, el que uno de sus miembros tenga una condición especial. Supone involucrar proactivamente a la familia para favorecer el desarrollo de sus competencias en pro de una mejora de la calidad de vida familiar.

Australia, Estados Unidos, Canadá, Portugal, España, además de otros países europeos, han acogido este paradigma como base de sus programas de intervención en atención temprana, educación inclusiva o para niños con enfermedades crónicas (García-Sánchez et al., 2014).

Diversas disciplinas científicas aportan a destacar la relevancia de las Prácticas Centradas en la Familia. Es así que desde las neurociencias se afirma que el cerebro se moldea por las experiencias que le brinda el entorno y que requiere de cuidados cariñosos y sensibles (OMS & UNICEF, 2018) para un adecuado desarrollo integral. Se ha superado el debate sobre si es más importante la herencia genética o los estímulos ambientales.

La ciencia nos dice ahora que genética y ambiente están en permanente interacción. Por ello, la calidad e intensidad de las relaciones, experiencias y oportunidades que brindan los padres o cuidadores más significativos y las posibilidades que le brinda el entorno social determinarán su desarrollo. Ello obliga a mirar a la familia como este contexto de relaciones significativas y experiencias enriquecedoras y a mirar el entorno en que se desenvuelve como un facilitador para ello.

 

EL HOMBRE 3

 

¿Qué me aporta como padre o madre este paradigma?

Me permite reconocer que el desarrollo de mi hijo requiere de mi presencia sensible, receptiva y cariñosa de manera constante y ajustada a su momento del desarrollo.

Saber que como padres tenemos siempre las competencias para poder vivir una experiencia de crianza positiva y que podemos y debemos recibir apoyo para ello.

Mirar a nuestro entorno, a nuestra vida cotidiana y ver qué oportunidades y experiencias en el día a día le estoy ofreciendo a mi hijo. Puedo estar muy complicada con el horario, pero tener unas rutinas de baño y sueño que nos hagan sentir mutuamente reconfortados y animados a continuar con la vida diaria.

Que el desarrollo de mi hijo requiere contacto, experiencia, interacción mía y con otros. Así que si no habla todavía, pues le canto, le hablo, le leo cuentos y permite que interactúe con otros niños que a su vez le hablen.

 

VIDA PERSONAL Y FAMILIA 2

 

Escrito por: Marcela Frugone, docente investigadora en Universidad Casa Grande.

 

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