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Las cámaras de los otros periodistas con sus súper objetivos sonaban como una orquesta; yo, en cambio, tomé las peores fotos que se pueda imaginar.

 

Eran unos de esos primeros días de abril -en los comienzos de la primavera- en el que la Città Eterna estaba resplandeciente. La cúpula del inmortal Michelangelo y la fachada de San Pedro mostraban toda su magnificencia. ¡Estaba en Roma, el centro de la cristiandad! Sentía cómo en mis oídos sonaban aquellas palabras de San Josemaría: “Católico, Apostólico, ¡Romano! —Me gusta que seas muy romano. Y que tengas deseos de hacer tu ‘romería’, ‘videre Petrum’, para ver a Pedro.”

Gracias a que trabajo en una página web llamada primeroscristianos.com pude acceder, junto con otros amigos, a pases de prensa para los actos pontificios del Papa. Para mi sorpresa, en mi carné de prensa salía “fotógrafo”, máquina que un simple hombre de letras como yo, no sabe utilizar.  Era un miércoles santo y pudimos ubicarnos con los otros periodistas en el lugar asignado. Yo estaba ahí, bien plantado con una súper Nikon prestada, con la que apenas sabía tomar una foto.

Luego de que el Papa pasara a saludar en el papamóvil por la Plaza de San Pedro, se bajó y empezó a subir las escaleras hacia il sagrato de la Plaza, donde iba a ser la Audiencia General. Nosotros estábamos allí tomando fotos —espantosas, por cierto— mientras Francisco subía. Le gritamos: “¡Francisco, rezamos mucho por usted!”, y él, con una sonrisa encantadora, nos dijo: ¡Muchas gracias!”.

Durante la Audiencia nos pidieron a todos los periodistas que subiéramos al Braccio di Carlomagno, donde hay unas vistas preciosas de la Plaza de San Pedro. Mientras tanto, me decía a mis adentros: “Alberto, ¿qué hiciste? Has perdido tu tiempo tomando fotos cuando apenas sabes hacerlo. Además has perdido la oportunidad de acercarte y saludar al Papa. ¡Al Vice-Cristo en la Tierra! ¿Cuándo tendrás otra oportunidad así?”.

“Francisco, Francisco. ¡Soy de Ecuador! ¡Por favor, rece por mí y por mi familia!”

Luego de que el Papa en la Audiencia haya pedido a los cristianos que “no seamos nostálgicos sino hombres con esperanza que se abren a un presente lleno de futuro: porque Cristo venció a la muerte, y nosotros con Él”, aprovechamos y nos tomamos las típicas selfies. Enseguida, nos dirigimos de nuevo a la plaza para tomar las últimas fotos cuando se acabara la audiencia. Estando muy cerca de la zona de periodistas, uno de los responsables de seguridad no nos dejaba entrar. Sí, ¡no nos dejaban entrar! Había perdido mi oportunidad de saludar al Papa.  Pero, no nos dimos por vencidos, y luego de mucha insistencia,  explicándole al guardia sin apenas saber italiano que éramos periodistas, nos dejaron pasar.

Una vez allí, luego de que el Francisco —¡con sus 78 años!— estuvo más de una hora saludando y conversando uno por uno a algunas de las personas que habían ido a la audiencia, esperábamos impacientemente a que el Papa bajara por las escaleras y así saludarle antes de que se fuera en el papamóvil. Mientras tanto, se escuchaba cómo algunas mujeres entre el público gritaban a todo pulmón: “¡Francisco, te queremos!”, “esta es la juventud del Papa”, “Pancho, Pancho, ¡rezamos por ti!”, “¡Francisco, sos el mejor!”. Estaban tan impacientes como yo.

Alberto adum fotoCuando ya había pasado un buen rato esperando al Papa, empezó a bajar por las escaleras dirigiéndose hacia el papamóvil. Las cámaras de los otros periodistas con sus súper objetivos sonaban todas juntas, como una orquesta y se escuchaba por todas partes el grito de “Francisco, Francisco, Francisco”. Ahí estaba el Papa con su sonrisa saludando a todos y, antes de que se subiera al papamóvil me dije: “Alberto, ¡es tu momento!”. Dejé la cámara —con las que tomé las peores fotos que alguien se pueda imaginar—, me acerqué a Francisco y le besé el anillo de pescador, y le dije con un tartamudeo nervioso fuera de lo común: “Francisco, Francisco. ¡Soy de Ecuador! ¡Por favor, rece por mí y por mi familia!”. Él, con su paz y su serenidad, me miró todo el tiempo a los ojos fijamente y me dijo: “¡Sí!”

¡Lo había conseguido! Las fotos, al fin y al cabo, era lo que menos me importaba. Había valido la pena venir a Roma, saludar al Papa y pasar la Semana Santa en la cuna de la cristiandad. ¡Realmente me he hecho más romano!

 

Fue una Semana Santa inolvidable

Aprovechando las semanas de vacaciones por Semana Santa y Pascua de mi universidad y que estudiando en Pamplona (España) estaba cerca de Roma, me había animado a ir. El viaje de más de 24 horas en bus con otros 55 universitarios de 10 nacionalidades, se dirigía a Roma para participar en el Congreso Universitario, en el que cientos de jóvenes pasan junto al Papa la semana mayor. Visitamos sitios inolvidables como Castel Sant'Angelo, Piazza Navona, Santa Maríala Maggiore o el Panteón de Agripa.  Pero lo más importante fue que pudimos acompañar y rezar por el Papa Francisco. ¡El Papa necesita nuestra oración!

 

 

Por Alberto N. Adum
Estudiante de Filosofía

 

 

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