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Vivimos en una era postmoderna donde se hace presente la dificultad de mantener una relación duradera. Todo es muy fluido y pasajero. Somos enemigos de la soledad, sin embargo, nos jactamos de desapegados. Aprendemos que obligatoriamente necesitamos estar por encima en una relación.

Aprendemos que para quedar bien es necesario hacer daño al otro, y fuerte. El amor que antes estaba caracterizado por las manos dadas, el perfume de rosas y las músicas románticas a través de las ventanas, hoy ha cambiando Facebook, Instagram y la superficialidad.

La felicidad es responsabilidad propia, cabe a cada cual entender que sólo se puede hacer a otra persona feliz si tú estás feliz.

La ansiedad es un problema en estos casos. Estamos expuestos cotidianamente a millones de informaciones, de personas, de comentarios y fotos aparentemente radiantes de relaciones llenas de maquillaje. En ese frenesí, escoger a alguien acaba siendo demasiado fácil, demasiado rápido.

Con eso, es inevitable no lastimarse y, son esas heridas que hacen resurgir el recelo de amar otra vez, de lastimarse otra vez. ¿Entiendes? La culpa es completamente nuestra por ser tan inmediatistas, a causa de ello, terminamos cerrando la puerta a otra relación futura y adhiriéndonos a tan aversivo desapego.

Es necesario aprender a donarse. Aprender a arriesgar. No estoy hablando de depender totalmente de alguien para ser feliz, lejos de eso, hasta el punto de depositar en el otro las expectativas de ser feliz ampliando el espectro del egoísmo al grado de pensar que el otro debe hacerte feliz.

Ser o estar feliz es un ejercicio diario y depende de muchos otros ejercicios para funcionar tales como: perdonarse, perdonar, amar y, principalmente, amarse. La felicidad es responsabilidad propia, cabe a cada cual entender que sólo se puede hacer a otra persona feliz si tú estás feliz.

Estamos frente a una sociedad enferma, enferma de ‘no amar’. Por más que estemos cansados, vivimos en una búsqueda casi existencial de algo que nos haga mínimamente felices. Tenemos miedos constantes y pocas alegrías. Si supiéramos que la vida es un breve suspiro, viviríamos más, amaríamos más y odiaríamos menos. El perdón es un don del fuerte.

Aprovecha cada minuto, porque nadie sabe lo que va a suceder en los 5 minutos siguientes. Haz esa llamada telefónica, pide disculpas a quien lastimaste, di a esa persona que la amas. Aquí, todos estamos de paso, y no debemos contar con el mañana para lidiar con los fantasmas de hoy.

Vía Aleteia

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