Compartir:

¿Por qué es tan difícil decir adiós a nuestros hábitos nocivos? Te compartimos una guía práctica para que puedas lograrlo.

Irse a la cama demasiado tarde o comerse una tableta entera de chocolate en lugar de dos trozos; encender la televisión cuando por fin pensábamos leer algo, abrir las redes sociales cuando nos habíamos prometido trabajar concentrados; repetirlo una y otra vez, aunque nos hayamos prometido mil veces que a partir de mañana, a partir de hoy, las cosas serían diferentes. ¿Por qué es tan difícil decir adiós a los hábitos nocivos que no nos sirven?

 

 

No es fácil dejar los hábitos nocivos, pero…

Aunque parezca sencillo, no lo es, dejar los hábitos nocivos requiere de disciplina y compromiso.

Luchar contra corriente

La primera respuesta que puede venir a nuestra mente, es que muy a menudo partimos ya de una posición quemada. Creemos que lo más útil es luchar contra lo que no nos gusta de nosotros mismos y de nuestra vida.

Aunque nuestro enfado con nosotros mismos a veces está bastante justificado, utilizarlo como combustible para luchar contra nosotros mismos no producirá los resultados deseados. Al contrario, puede crear un efecto de círculo vicioso en el que me castigo por lo que no me gusta. Desgraciadamente, la agresividad descargada sobre uno mismo sólo aumenta la carga, dejándonos con aún menos fuerzas para cambiar las cosas.

A su vez, aquello contra lo que luchamos crece inevitablemente, dejándonos con una sensación de impotencia.

La agresión hacia uno mismo (lanzarse frases desagradables, menospreciarse o considerarse indigno de respeto) destruye la autoestima. Y sin ella, somos incapaces de redecorar nuestro modo de vida. Para que las cosas cambien necesitamos esperanza, así como reconocer que somos alguien importante y valioso, alguien que merece ser bien tratado.

 

 

La aceptación es tan importante como la empatía

Nuestras posibilidades de cambio aumentan cuando aceptamos que nos resulta difícil, tanto cambiar el modo en que funcionamos hasta ahora, como vivir con las consecuencias de lo que no funciona.

Si estoy perdiendo una enorme cantidad de tiempo -que de todos modos me sigue faltando- desplazándome por Facebook, entonces tengo que aceptar que, en este momento, me resulta difícil averiguar cómo no hacerlo. Y que estoy experimentando las consecuencias de ello de una forma que me resulta dolorosa.

Es bueno que a la aceptación le siga también la empatía; es decir, verse a uno mismo como un amigo íntimo que necesita apoyo, a quien una crítica aplastante lo dejará sin poder recuperarse. Gracias a la aceptación y la empatía podré permitirme por fin ser honesto y tener el valor de descubrir por qué hago lo que hago. Porque detrás de cada acción que emprendemos hay una motivación que nos aporta algo y, al mismo tiempo, nos protege de algo.

Bucle de hábitos

Charles Duhigg, autor de El poder de los hábitos, describe las razones por las que repetimos lo que nos perjudica en términos de «bucle de hábitos». Cada hábito tiene un «desencadenante», es decir, las circunstancias que lo inician. Podemos echar mano del teléfono o del chocolate cuando sentimos una oleada de emociones difíciles:

  • Tristeza
  • Rabia
  • Impotencia

Vemos una serie de televisión después de una noche de fiesta cuando estamos mental y físicamente agotados. El resultado es una especie de recompensa, pero también un perjuicio para la salud (o de otro tipo).

Salir del ciclo de repetición de un hábito que no nos sirve nos permite nombrar las necesidades que hay detrás.

Puede tratarse de una necesidad de conexión o alivio mental (como en el caso del desplazamiento por las redes sociales), de calmar emociones difíciles o aliviar el estrés (como cuando «escatimamos» en ello), de descanso y despreocupación (cuando encendemos series que nos llevan al país de la imaginación hasta la madrugada).

 

 

Reconocer el hambre

Si indagamos en nuestras propias necesidades profundas, es posible que descubramos que toda nuestra vida cotidiana está estructurada de un modo que no nos da la oportunidad de vivir en equilibrio, porque estamos extremadamente sobrecargados, no planificamos el descanso o vivimos en un entorno muy desfavorable.

Tal vez lo que se necesita entonces es abordar exactamente en qué estamos funcionando, en lugar de comer papas fritas o jugar con el ordenador.

Cuando sepamos cuáles son las verdaderas «hambres» que claman atención en nosotros, también podremos buscar mejores formas de atenderlas. Más que el chocolate, me aliviará mentalmente entender qué es lo que me ha hecho sentir enfadado, decepcionado o avergonzado, también ayudará mostrar empatía con nosotros mismos o tender la mano empáticamente a la otra persona.

Además, el apoyo de alguien es un elemento de cambio enormemente eficaz: para todos es más fácil cuando alguien lo anima. También ayuda siempre a reforzar la autoestima y a desarrollar estrategias de afrontamiento del estrés o el cansancio que nos benefician (sueño, momentos para parar y comprobar cómo estamos, movimiento, conversación, hacer amigos y estrechar lazos).

Zanahorias en lugar de palomitas

Algunas cosas podemos afrontarlas fácilmente: si estas comiendo palomitas grasientas delante del televisor, puedes sustituirlo cortando una zanahoria. Otras (otros hábitos nocivos) necesitarán que miremos dentro de nosotros más profunda y amorosamente, enfrentándonos a los sentimientos que evitamos porque nos resultan demasiado difíciles. Pero cuando emprendemos el camino del cambio por amor a nosotros mismos, y no por odio, podemos llegar a lugares totalmente nuevos y sorprendentemente hermosos.

 

 

Escrito por: Małgorzata Rybak, vía Aleteia.

 

Compartir: