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«Di si pensaste en mí» Una desgarradora canción sobre el suicidio y una respuesta de fe.

Elisabet es una joven que, en el famoso programa musical Got Talent, interpretó una canción en catalán sobre el suicidio (Di si pensaste en mí), en homenaje a su padre. Esta actuación puso al público en pie y emocionó hasta al miembro del jurado menos sentimental, Risto Mejide, que fue incapaz de pronunciar palabra después de su actuación.

La canción, compuesta por Elisabet y cantada en catalán en Got Talent, expresa el dolor que dejan a las personas que están al lado y la sensación de culpabilidad, de rabia, de abandono, de tristeza… que sienten y que particularmente sintió ella en la experiencia del suicidio de su padre, un duelo muy complicado de sobrellevar.

El último pensamiento

En su canción en Got Talent, desconcertada, reclama la verdad sobre el suicidio de su padre, que no ha podido conocer de mano de él:

“Si algún día te veo en mis sueños, serás tú mismo, un recuerdo de lo que fuiste. Si algún día te veo en otra tierra, no te dejaré ir hasta que me digas la verdad. Di si pensaste en mí. Di si en algún momento pensaste que te podrías arrepentir”.

No puedo llegar a imaginar lo fácil que debe ser pensar que no has sido suficiente para que esa persona a quien tanto querías luchase por su vida. Ella quiere y necesita pensar que, en el último momento, cuando ya no había marcha atrás, quiso no haberlo hecho:

“Si algún día me ves llena de rabia y quieres que deje de llorar y gritar, dime la verdad. Di si en algún momento pensaste en mí. Di si en el último momento pensaste que te querías quedar aquí”.

Tristemente, en nuestra sociedad cada vez hay más casos de depresiones severas y de personas que ven en el suicidio la única solución a una vida que no ven posible ser vivida.

Estas personas, lamentablemente, no son libres de reconocer el valor de su vida y de la vida que les rodea, están incapacitadas para ver el don que es su vida y la de quienes les rodean.

 

SUICIDIO 3

 

El sentimiento de culpa de quienes se quedan

Poniéndome en la piel de Elisabet, una hija a quien su padre ha terminado con su vida, o en la piel de cualquier persona en su misma situación, no puedo evitar pensar y sentir ese sentimiento de culpabilidad.

Por un lado, me haría pensar que podría haber hecho más por esa persona. Por otro lado, pensaría que esa persona no me quería ni valoraba tanto como para no ver que yo le necesitaba en mi vida.

Ambas reacciones y pensamientos tan naturales son consecuencia de esa vivencia y en el fondo son fruto de esa incomprensión tan grande ante lo sucedido.

La canción y el testimonio de Elisabet me hace pensar que cuando alguien decide acabar con su vida también acaba un poco con la vida de sus seres queridos. Es que veo, del mismo modo que la vida da vida, la muerte arrastra y destruye el corazón.

Pero todos estamos hechos para la vida

Se me ocurre pensar y anunciar que, a pesar de la enorme incomprensión que nos evoca la cuestión del suicidio – sobre todo, la de personas concretas que deciden eliminar su vida del mundo – y el dolor tan grande que nos causa es señal inequívoca de que no estamos hechos para la muerte. De que estamos hechos para la Vida.

Otra idea que también resuena en mí al emocionarme con la canción de la hija a su padre es que, a pesar de la incomprensión, de conocer la injusticia y de tener el corazón lleno de dolor, el amor trasciende a la muerte.

Estoy convencida de que ese amor sería capaz de perdonar a esa persona que sin tener libertad decidió tomar una decisión que afectó y consternó al mundo entero.

Dar el cielo a quienes encontramos

Porque, por mucho que nos parezca imposible, el mundo cuenta con cada uno de los que estamos aquí. Todos somos imprescindibles, nadie es indiferente.

Toda persona es digna y merecedora del amor más grande y la vida más bonita del mundo. Por ello, no puedo dejar de pensar que, si todo aquel con quien me cruzo es merecedor del Cielo, yo tengo el precioso deber de hacer que esa persona esté en un trocito de Cielo. De anticiparle de algún modo el Cielo que tanto se merece.

Para que nunca pueda pasarle por la cabeza que el mundo seguiría igual o estaría mejor si él no estuviese. Ni mucho menos pensar que su vida colmada por el dolor, la soledad o la incerteza será siempre imposible de vivir.

Acompañemos a cada persona para que se sepa merecedor del Cielo al que aspira. Vivamos para que todo el mundo se sepa amado e imprescindible, pues no hay verdad más cierta que esa: eres infinitamente amado por quién eres.

Eres merecedor de todo lo bueno, y eres imprescindible, el mundo sin ti es un lugar peor y más feo.

 

 

Escrito por: Carla Restoy, vía Catholic-Link.

 

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