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«¿Soy mala persona por sentir esto…?» Estos puntos te ayudarán a entender (y valorar) mejor tus emociones.

Las emociones y afectos siempre han jugado un papel esencial en la vida de las personas. Desde que nacimos, llegamos al mundo expresando emociones. Al salir del vientre de nuestras madres, que desde el inicio fue un lugar seguro, pasamos al mundo con sonidos nuevos, una temperatura diferente, olores diferentes… y todo esto pasando en simultáneo.

No debe ser una experiencia del todo fácil para un bebé recién nacido. Mueve muchas emociones, que usualmente se manifiestan en llanto. Pero a medida que van pasando los días, experimentamos la alegría, la rabia, la vergüenza, etc.

La pregunta es ¿qué son estas emociones y para qué están ahí? De esto quiero hablar hoy.

 

 

Comprendiendo los afectos y las emociones

Antes de hacer una diferenciación en el modo como los hombres y mujeres expresan sus emociones y afectos, haría falta comprender primero ¿qué son las emociones y afectos? Para empezar, podríamos decir que estos dos son experiencias personales que nos permiten conectar con el mundo exterior.

Las emociones y afectos en sí no tienen connotación moral. Simplemente, son un medio por el cual yo conecto mi realidad interior con mi realidad exterior.

Al decir que son experiencias personales, por supuesto, nos referimos a que el afecto y la emoción son percibidos de un modo singular. Nunca se podrá atribuir ese estado emocional a otra persona, ya que el dueño de mis emociones soy yo.

Al hablar de afectos y emociones, podríamos decir que en esta experiencia personal se encuentran contenidas las ilusiones, motivaciones, sentimientos, pasiones y emociones que mueven a la persona de diferente manera ante hechos concretos.

 

 

Las emociones y los afectos son un don de Dios

Sabemos, por el don de la fe, que aquello que mueve a la persona en su vida entera, son los anhelos que lleva en su interior. Estos brotan desde lo más profundo de sí mismo y han sido dados por Dios para que, como hijos, lo busquemos a Él. Para que busquemos ser reflejo de su Amor ante el mundo.

Es Dios quien pone los anhelos en nuestros corazones. Pero, muchas veces, estos se encuentran en lo más profundo de nosotros y nos cuesta comprender qué es lo que estamos buscando en realidad.

Todos hemos anhelado la paz, ser amados, ser felices, ser reconocidos y vistos por otros. Pero, muchas veces, lo que nos cuesta trabajo es saber cómo satisfacer ese anhelo, de qué modo estoy invitado a vivir el amor, a ser feliz.

Un punto sobre las emociones y la masculinidad…

Históricamente, tanto hombres como mujeres hemos sufrido por tener rasgos bio-psico-espirituales diferentes al ser de un sexo diferente al otro. En particular, en los hombres, muchas veces se ha querido limitar la cuestión emocional. Se ha asociado la masculinidad con rudeza, fortaleza y nunca con fragilidad.

Debemos saber que si Dios le dio al hombre la capacidad de sentir miedo, tristeza, ira y alegría, alguna intención buena debían tener originalmente.

Por tanto, es importante aprender a validar en nuestras diferencias. Las emociones que tanto hombres como mujeres experimentamos, que son las mismas, pero se pueden expresar de modo distinto en las diferentes circunstancias que vivimos.

 

 

Las emociones reflejan interiormente nuestra experiencia espiritual

Cuando profundizamos en los grandes maestros del discernimiento, como por ejemplo San Ignacio de Loyola, él nos enseña a ver en nuestro sentir interior la acción del Espíritu Santo (o Buen Espíritu) y la acción del enemigo (o mal espíritu) como lo llama también en sus ejercicios espirituales.

San Ignacio nos ayuda a entender que en el sentir interior se puede comprender los estados de consolación (paz, gozo, fervor) y de desolación (desesperanza, pesadez, distanciamiento de Dios).

Luego, San Ignacio nos permite comprender que las emociones, si bien no son el motivo último por el cual creemos las verdades más profundas de la fe, sí son un medio por el cual Dios nos puede permitir conocer mejor el estado espiritual en el que estamos. Así, también comprender rasgos de su acción en nuestro interior.

Toda experiencia deja una huella, un impacto en mi interior

Es importante poder reconciliarnos con nuestras heridas interiores. Porque estas, muchas veces, no nos dejan expresar del modo adecuado las emociones que experimentamos. Así, las alejamos del verdadero fin para el cual han sido dispuestas.

También es importante poder profundizar en el don de la afectividad. Lo hemos recibido de Dios para poder expresar de modo visible lo que experimentamos interiormente, de modo invisible.

 

 

Escrito por: Gary Siuffi e Isabela Cañas, psicólogos, vía Catholic-Link.

 

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