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Era la tarde del domingo 10 de noviembre del 2013, los esposos Jorge Larrea León  y Luz María Idiarte Roca de Larrea, se encontraban muy delicados de salud. Luz María en casa con mascarilla de oxígeno y Jorge en la sala de cuidados intensivos de una clínica de Guayaquil. 

De pronto las máquinas de la cama # 3, de Jorge Larrea, suenan, pitan, se alarman, en señal de peligro. Y en el domicilio de Luz María Idiarte, en Lizardo García y Huancavilca, el medidor de saturación de oxígeno se altera, marca vertiginosamente los números 89, 87, 83, sobre 100, luego 40/53. Luz María, mi madre, respira muy lentamente. Le comenzamos a dar masajes en el pecho, sobre el corazón, pronunciamos sobre sus oídos jaculatorias: “¡Jesús, Misericordia, confío en Ti¡”, hasta que solo inspira aire, pero ya no lo exhala, se paraliza su respiración y su rostro se vuelve pálido, sin color, opaco.  Su espíritu ya no está, ha salido al encuentro del Señor. Eran las 18h55.

JORGE LARREA Y LUZ MARIA2

En ese mismo instante, suena el teléfono celular de mi hermana, era una llamada de la clínica pidiendo que se acercaran de urgencia a ese lugar, porque nuestro padre se encontraba muy mal.  Mi hermana se dirigió a la clínica, pero de inmediato tuvimos otra llamada de este centro de salud comunicando el fallecimiento de nuestro papá. Nos dimos cuenta de que su deceso ocurrió a la misma hora, 18h55,  el mismo momento que se dio el de nuestra mamá.

 

¿Coincidencia?, ¿similitud?, ¿diocidencia?, ¿exactitud en las acciones?, ¿empatía personal y familiar?

Un verdadero amor, más allá de la muerte y más unidos por la muerte, fueron los esposos Jorge Larrea León y Luz  María Idiarte de Larrea, guayaquileños, del emblemático Barrio de Las Peñas. Los hechos son innegables, demasiado evidentes, es la experiencia que sentimos y vivimos quienes estuvimos muy de cerca de nuestros padres.

Ciertamente ellos se juraron un amor eterno, delante de Dios, de sus familiares y amigos, el día sagrado de sus bodas matrimoniales, un 20 de septiembre de 1945 en la Iglesia San Agustín en Guayaquil, donde celebraron su matrimonio eclesiástico y unieron sus vidas para siempre con la promesa de un amor que no terminaría ni con la muerte, sino que continuaría hasta más allá de la muerte.

Y en un 10 de noviembre del 2013, después de 68 años de matrimonio, lo sellaron  con la entrega de sus vidas al Divino Creador, al mismo tiempo, día y hora, 18h55. ¿Puede haber mayor fidelidad que ésta? ¿Mejor exactitud? ¿Al unísono?

Que la Sagrada Familia de Nazareth, interceda siempre suplicante ante el Divino Creador por el descanso y felicidad eterna de Jorge y Luz María, como familia, por las familias de sus hijos, por las familias guayaquileñas, por las familias del mundo entero, para que imitando sus santísimas vidas en Nazareth, podamos alcanzar una santa muerte y la gloria en el cielo con Jesús, María y  José. Así sea.

 

“Espéreme Lucita, nos vamos juntos”

“Espéreme Lucita, nos vamos juntos”, fueron las palabras  de  una frase que en las últimas cuatro o seis semanas, mi padre repetía continuamente delante de mi madre. Cada vez que la veía, se despedía y la saludaba. Tanto así, que la enfermera que cuidaba a mi madre  me dijo un día: “Su papá siempre está diciendo esta frase, ¿será que puede suceder tal como él lo dice, tal como lo está deseando y pidiendo a Dios?”

Está claro que los dos, él y su esposa se han jurado siempre un Amor Eterno. Tal  vez pueda suceder.  Yo le respondí: “Si esa es la Voluntad de Dios, que se haga lo que Él disponga, ¿qué podremos hacer nosotros, si así lo determina Dios?”

 

 

Por Sor Isabel Larrea Idiarte
Hermana de la Congregación Marialdinas de San José

 

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